sigue la matadera dando. No, no pasa nada. México está detrás, hacia dentro y hacia lo alto. Infinitud que siempre es tragedia, riesgo fatal, estallido de cohetes o subsuelo. Fiesta globera que requiere de muertos para negar el dolor pasado, por uno nuevo que arrastre, y lleve seducidos, cautivados al peligro.
Atracción al desorden, lo caótico, la desintegración, al fin, no pasa nada, por lo pronto, Minatitlán. Y como escenario mayor Sri Lanka.
Luto y duelo que se deslizan en un vivir vertiginoso acicateado por la prisa de la ‘‘vida cibernética’’ sin tiempo para la elaboración de las situaciones traumáticas.
Se agolpan en la memoria las imágenes de muertos y más muertos que nos confrontan a nuestra propia indefensión y que más que realidad parecen crueles ficciones que desbordan al aparato síquico.
¿Cómo poder elaborar la muerte del otro? ¿Qué sabemos de la muerte?
Emmanuel Lévinas (1906-1995) en su libro Dios, muerte y el tiempo da cierta luz al respecto. ‘‘La vida humana es un ‘ocultar’, ‘un vestir’, que es al mismo tiempo un ‘desnudar’ porque es ‘relacionarse’... La muerte es la separación irremediable... La muerte es descomposición: es la no respuesta... La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica; no se agota en esta aparición.’’
Más adelante hace esta reflexión que vale la pena retener:
‘‘El prójimo me caracteriza como individuo por la responsabilidad que tengo sobre él. La muerte del otro que muere me afecta en mi propia identidad como responsable. Identidad no sustancial, no simple coherencia con los diversos actos de identificación sino formada por una responsabilidad inefable... El morir, como morir del otro, afecta a mi identidad como Yo, tiene sentido en su ruptura del Mismo, su ruptura de mi Yo, su ruptura del Mismo en mi Yo. Con lo cual mi relación con la muerte de los otros no es ni únicamente conocimiento de segunda mano, ni experiencia privilegiada de la muerte.’’
Por tanto y de acuerdo con Lévinas la muerte del otro es parte de mi propia muerte. No importa el color, la raza, la religión. La ideología o el estatus social, el otro que muere es parte mía, algo de él muere en mí y algo de mí muere con la muerte del otro.
Los muertos de Minatitlán, Veracruz, son mi propia muerte.