Plaza París
legoría de una nación dividida. En su séptimo largometraje de ficción, la brasileña Lucía Murat (Casi dos hermanos, 2004), relata la relación compleja y recientemente tormentosa entre Camila (Joana de Verona), joven sicóloga portuguesa residente en Brasil, y Gloria (Grace Passô), empleada afrobrasileña, elevadorista en la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Cuando ésta, mujer de escasos recursos, con una dura experiencia pasada de abuso sexual y un hermano en la cárcel, acepta convertirse en paciente de Camila, la mujer que en todos los aspectos es su antítesis perfecta, se intensifican en la trabajadora, habitante de una favela miserable, las sensaciones de inseguridad emocional, vulnerabilidad física y resentimiento social que tienen como destinataria principal a la joven doctora, quien a su vez responde de manera defensiva, incluso paranoica.
En esta relación de mutua dependencia y amor-odio, Gloria es para la sicóloga un mero objeto de estudio en su exploración de los límites de la imparcialidad clínica, que la interlocutora sensible que reclama un grado mayor de comprensión y empatía. El desencuentro se produce rápidamente. En un diálogo elocuente confiesa la paciente: Tuve un sueño en el que usted, doctora, era como yo, y yo me sentía muy bien siendo como usted: blanca, rica e inteligente. Pero a usted no le gustaría estar en mi lugar, ¿no es cierto?
La observación que hace la directora y guionista de estas tensiones emocionales de los personajes es interesante en cuanto, a través del recelo mutuo y la transferencia de culpas e inseguridades, se sugiere el marco mayor de la polarización que se produce en una sociedad donde se acentúan la intolerancia y el racismo.
La solvencia profesional de una actriz tan vigorosa como Grace Passô en el papel central le permite salir indemne de algunas facilidades en el guion (en coautoría con el escritor Raphael Montes), como la ilustración de los fantasmas eróticos de Gloria en el elevador, algo que añade a su precariedad económica el lastre de una frustración sexual en su idealización de la belleza de una pareja blanca. El asunto se trata de forma esquemática y un tanto burda; eso contrasta luego con apuntes mucho más finos al ahondar en la relación más plena de la protagonista con su amante ocasional y cómplice negro. En este momento de definiciones, se sugiere para Gloria, por encima de cualquier determinismo social, la posibilidad, nada lejana, de una reivindicación final y una victoria amorosa. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 15 y 20 horas.