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Falsa economía y la 4T
L

a atención eficaz de los intereses legítimos de la gran mayoría de los mexicanos, y de sus ideales humanos y sociales, exige una revisión radical de conceptos, muy pobres y engañosos, dominantes en las discusiones públicas, en primerísimo lugar los que se refieren al tema dominante: la economía. La satisfacción de las necesidades de los pueblos entraña romper los moldes de pensamiento económico elemental impuestos por los intereses del capital en la opinión común.

A partir de conceptos vagos, los defensores del sistema económico que domina hoy al mundo califican como progresista la continuación del capitalismo, un sistema de explotación y enajenación, originado hace mucho tiempo, y de funestos resultados en términos de los valores humanos esenciales; y tachan como conservadoras a las políticas que pretenden la liberación, así sea parcial, respecto de ese sistema: apoyos a los sectores desprotegidos y marginados, reconocimiento y defensa del patrimonio nacional, formas de organización social y de producción comunitarias, como ejemplo de acciones que sin más se descalifican como populistas.

Para el soporte y desarrollo de estas concepciones cuentan con una disciplina científica, llamada economía, o teoría económica; no me refiero a una escuela o corriente de pensamiento en particular, sino a todas las corrientes de pensamiento que hoy se autodenominan como ciencia económica, se enseñan en escuelas, facultades y centros, y son el espacio laboral, profesional, de los economistas. Se sustenta en la idea de que hay una realidad económica que se puede aislar de los procesos políticos, sociales, culturales y de la historia, y estudiarse como un objeto aparte; esto es, que puede ser estudiada y explicada por una disciplina especializada y autónoma.

Para los capitalistas y sus servidores, esta ciencia –nacida a mediados del siglo XIX como resultado de la parcelación que el positivismo hizo de los conocimientos de lo social, y de la separación de estos conocimientos respecto de las humanidades (la filosofía, la historia)– pretende ser la guía máxima de las decisiones gubernamentales y políticas: es la economía, estúpido, dijo el presidente Clinton a quien según él no entendía la realidad, y hoy en día lo repiten políticos y gobernantes de todas partes del mundo y de todos los colores de la paleta política. Pero esa disciplina no sólo es incapaz de sustentar decisiones racionales, es incapaz de explicar la realidad e incluso incapaz de simplemente describirla con seriedad, de acuerdo incluso con los estándares mínimos de la academia convencional.

A lo largo de la historia de la humanidad, se ha sostenido que la ciencia es creada para explicar la realidad, pero esa disciplina que se enseña con nombre de economía, y se consagra como la razón última de la política, lo que hace es precisamente ocultar la realidad. Tan es así, que ahora los mismos economistas (de todos los colores) han tenido que inventar un término curioso la economía real, para conservar el término llano de economía para lo otro, lo que es… ¿irreal?

En efecto, lo otro, la economía que no es la economía real, es real, pero falsa economía, es más, es mentirosa y bien merece el calificativo de funesta, que hace tiempo le asestó (aunque por otras razones, ignominiosas) el historiador Thomas Carlyle (dismal, fue el término usado por él; otros significados de esa palabra inglesa son triste, lúgubre, sombría, tétrica, pésima, deprimente, tenebrosa, desalentadora, todos útiles para el caso). Ocultar la realidad, es la función de la economía, tal como la entienden hoy los economistas, es la función de esa economía no real, real manojo de técnicas que no pasan de ser mera crematística.

Habrá quienes juzguen los renglones anteriores como una diatriba injustificada y fuera de lugar; se trata, dirán, de un lenguaje ajeno a la ciencia, y habrá algún amigo economista que me retire el saludo. Pero la denuncia es indispensable pues muchos crímenes de lesa humanidad se han sustentado en esta ideología. Un caso fue la dictadura pinochetista, generadora de miles de asesinatos. Los militares chilenos fueron azuzados, asesorados y pretendidamente legitimados por los economistas de la escuela de Chicago, padres de la visión extrema de la economía científica libre de juicios de valor.

En el pasado inmediato, en nuestro país, esa ideología también ha contribuido a la generación de acciones criminales. El gobierno de Peña Nieto pretendió imponer el proyecto de las zonas económicas especiales con toda la fuerza posible, incluso militar. El proyecto, aún vivo, está sustentado en esa ideología económica, y para hacerlo efectivo los indios insumisos deberían ser sometidos; los asesinatos de Nochistlán fueron una consecuencia de ello.

El entramado social no puede ser entendido más que con la concurrencia integrada de los diversos campos del conocimiento social, debidamente sustentados en sus disciplinas madre, la historia y la filosofía (que por supuesto comprende la ética). Acudamos al sabio concepto que hace más de 2 mil 300 años propuso Aristóteles: la economía como la administración prudente de la casa. Esta es la perspectiva que exige la regeneración del país, la cual no será posible sin la crítica radical y el abandono definitivo de esa ciencia económica no real, mero arte de hacer dinero, acerca del cual el propio estagirita advirtiera es cosa vana, que no debe confundirse con la verdadera riqueza. Urge, pues, desarrollar el concepto de prudencia en la administración de la casa.