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Discutir a Zapata, vivo
L

a semana pasada conmemoramos los 100 años del asesinato a mansalva del general Emiliano Zapata Salazar. A primera vista, la efeméride es mucho menos incómoda, mucho menos polémica que la del quinto centenario de la irrupción española en Anáhuac… pero basta escarbar un poco para descubrir que no es así.

Hace unos meses, Felipe Ávila publicó un texto en el que sintetiza décadas de investigación sobre el zapatismo y su historiografía, y nos muestra ocho puntos que siguen siendo polémicos, que nos hablan tanto de aquella historia, como del México de hoy. Los ocho puntos se basan en afirmaciones contundentes de la historiografía tradicional, que los más novedosos estudios han puesto en tela de juicio. Vayamos a ellos:

1. El zapatismo fue un movimiento de campesinos despojados de sus tierras y de peones de las haciendas contra éstas. Desde la década de 1930 hasta el libro clásico de John Womack, esta afirmación parece incontrovertible. “Sin embargo, investigaciones… más recientes… han mostrado la inexactitud de esta aseveración”. Estos estudios muestran que en realidad, el origen del movimiento está en los arrendatarios de tierras de las haciendas (existentes desde siglos atrás) contra la ruptura de añejos contratos, debidos a la modernización capitalista del campo morelense. Y también que, iniciada la revolución, se sumaron a ella sectores urbanos, trabajadores fabriles e intelectuales radicales que tenían sus propias demandas.

2. El zapatismo fue un movimiento campesino nostálgico, vuelto hacia el pasado. Esta tesis, basada en la famosa primera frase del libro de Womack, y retomada de manera puntual por escritores como Villalpando, Schettino o Krauze (discutida por el propio Womack en la revisión de su libro, en la edición del FCE), planteaba que los campesinos zapatistas querían volver a una comunidad tradicional idílica.

Los estudios recientes demuestran que en la muy compleja amalgama del movimiento zapatista conviven visiones idílicas de la comunidad agraria con planteamientos novedosos y revolucionarios, que son los que se imponen en las discusiones sociales y políticas de 1914-15.

3. El zapatismo fue incapaz de plantearse la construcción de un Estado nacional. Hace al menos 10 años que Felipe Ávila, a quien citamos, y un servidor, hemos discutido, documentos en mano, el reduccionismo marxista que sufrimos muchos años y el reduccionismo liberal. Ambos niegan a los campesinos la posibilidad de decidir su propio futuro.

Los puntos 4 y 5 abundan en el anterior: la imposibilidad de los campesinos para tomar en sus manos su propio destino, que hemos combatido. El punto 6 señala que el zapatismo era un movimiento homogéneo, es decir, estrictamente campesino y estrictamente morelense. Hemos mostrado las demandas laborales y feministas (por mencionar algunas) de la Convención zapatista, así como su extensión a muy distintos panoramas de la geografía nacional, como Sinaloa, de la mano de Juan Banderas; Tamaulipas, con Alberto Carrera Torres; o Chihuahua y La Laguna, con numerosos ex magonistas que hacen suyo el ideario zapatista. Los puntos 7 y 8 ponen el dedo en una llaga: en el movimiento zapatista también se cometían abusos y crímenes contra la población civil, sobre todo en los años de derrota (1916-19).

En un texto más reciente, en una revista de circulación nacional, Felipe Ávila toca un tema neurálgico: desde fines de la década de 1960, el movimiento campesino, indígena y popular arrebató la imagen de Zapata al régimen priísta, que tenía al caudillo en estatuas y emblemas del agrarismo oficial priísta. Zapata no era del movimiento campesino, sino del Partido Revolucionario Institucional, hasta que una reflexión y nuevas luchas lo bajaron de la estatua y lo recuperaron.

Y es eso lo que nos recuerda que Zapata vive, en esos movimientos, muchos de los cuales llevan su nombre o el de su plan señero, el de Ayala. Y si Zapata vive, vive porque nos recuerda el significado y las razones de su lucha: primero, en defensa de la tierra y los recursos de los pueblos y comunidades; después, por la libertad y la justicia; finalmente, por la democracia (léase, autonomía) y la cultura.

¿El actual gobierno se identifica con Zapata? Numerosos movimientos campesinos e indígenas dicen que no. Otros tantos dicen que sí. ¿Cómo resolverlo? Hay tres ofertas de campaña del actual Presidente: su compromiso con el Plan de Ayala del siglo XXI, su oferta de elevar a rango constitucional los acuerdos de San Andrés. La propuesta de revertir las contrarreformas al artículo 27… y otra: el compromiso de que no habrá megaproyectos sin la anuencia de las comunidades y los pueblos originarios… si vienen, se habrá resuelto, creo yo, la pregunta.

¡Zapata vive!

(Felipe Ávila, Breve historia del zapatismo, Ed. Crítica, 2018.)

Twitter: @HistoriaPedro