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Salvamento
E

n las dos décadas pasadas ha sido impresionante la rehabilitación que ha tenido el Centro Histórico de la Ciudad de México. Custodio de nuestras raíces más profundas, sobreviviente de catástrofes humanas y naturales, logra resurgir una y otra vez.

A raíz de los sismos de 2017, parte del valioso patrimonio arquitectónico, particularmente antiguos templos, sufrieron daños, algunos muy severos.

Un caso es la plaza de la Santa Veracruz: las torres de las dos iglesias que la adornan están apuntaladas y a simple vista se advierte su fragilidad. Así podríamos mencionar muchos otros, pero hoy queremos volver a hablar del convento de Jesús María, que lleva décadas en el abandono.

En 1995 publicamos una crónica en estas páginas con el título ¡Salven a Jesús María! El soberbio inmueble, propiedad de la nación, se encuentra sólo a tres cuadras de Palacio Nacional, también sostenido con puntales, está urgido que se le rescate.

Valioso desde todo punto de vista, por sus dimensiones tiene un enorme potencial para desarrollar un proyecto que respete la arquitectura original y dignifique la zona. Ahora que el gobierno habla de buscar la participación del sector privado en el desarrollo de proyectos productivos, esta es una extraordinaria propuesta.

El convento de Jesús María se fundó en 1578 por iniciativa del acaudalado Gregorio Pesquera, cuyo propósito fue fundar un claustro para descendientes de conquistadores que pudieran casarse sin otorgar dote. El arzobispo Moya de Contreras obtuvo la anuencia del Papa y las religiosas la autorización para adquirir unas casas en la esquina de la Acequia Real; poco a poco fueron comprando las de los alrededores hasta que llegaron a poseer prácticamente toda la manzana.

El rey Felipe II apoyó el proyecto y les concedió especiales gracias y privilegios; la razón era que ahí colocaron a una hija natural suya, quien llegó a México a los dos años de edad con el arzobispo Moya de Contreras. En ese sitio permaneció hasta su muerte por demencia, cuando contaba con sólo 13 años.

Las monjas enfrentaron muchos problemas: falta de fondos y daños por hundimientos y temblores. Finalmente consiguieron que Felipe III les diera una cuantiosa suma. El arquitecto Alonso Martín López construyó un nuevo convento con su templo, que se inauguró en 1621 con bellos retablos barrocos, el del altar mayor con pinturas de Luis Juárez.

Esta maravilla fue sustituida en el siglo XIX por uno de estilo neoclásico, obra de Manuel Velázquez, director de arquitectura de la Academia de San Carlos.

En ese mismo siglo se reformó la fachada de la calle, ya llamada Jesús María, nombre que conserva a la fecha. Lo más sobresaliente fueron las portadas gemelas que caracterizan los conventos de monjas y que fueron obra de Manuel Tolsá.

En sus 200 años de existencia profesaron en el convento 525 religiosas y llegaron a tener 83 casas de renta que les producían 37 mil 271 pesos y capitales activos por 142 mil 737.

Hace años albergó el famoso cine Mundial, del que hace un tiempo aún quedaba la decoración decimonónica del vestíbulo, con grandes esculturas tipo griego. En el plafón que cubría el inmenso patio sobrevivía una graciosa decoración de la época; no sé si se conserve. Después fue una tienda de una cadena comercial.

Frente al convento, sobre Jesús María, acaba de inaugurarse un nuevo restaurante en una hermosa casona que estaba apuntalada y recién la restauraron.

Tuvo una placa que decía que aquí vivió José María Agreda y Sánchez (1838-1919) afamado bibliófilo, quien tuvo a su cargo la Biblioteca de la Catedral y fue subdirector de la Biblioteca Nacional, entre otros. Realizó importantes estudios históricos y de su pasión, que era la genealogía.

Ahora, entre otros negocios, alberga un sencillo restaurante oaxaqueño que ofrece en un ambiente muy colorido todas las delicias de la cocina de la región: tlayudas con asiento y quesillo, moles, tasajo, guacamole con chapulines y mucho más.