a promesa de una Cuarta Transformación de la vida pública de México sigue en busca de una perspectiva que ordene sus dichos y hechos cotidianos y module las inevitables contradicciones de un movimiento social de la magnitud de Morena. Poco se avanzará en su realización efectiva, en la situación social y material de los mexicanos, en el contexto institucional para la consolidación de una genuina política democrática o en la reconstrucción de los mecanismos económicos fundamentales, como la inversión, el crecimiento y la redistribución de los ingresos, si la sociedad y el Estado carecen de ese horizonte que sólo puede darles una planeación con objetivos y prioridades sensatos y realistas, a la vez que ambiciosos y arriesgados.
La aventura del desarrollo, que es lo que está en el fondo de estas y otras pretensiones surgidas al calor del vuelco político de los últimos dos años, también implica recuperar la idea misma de lo que el desarrollo puede ser y lo que su materialización conlleva para todos, en términos de contribución, cooperación y sacrificio.
La propia elaboración del Plan Nacional de Desarrollo debería ser el espacio obligado para emprender estas tareas y convertirse en la arena de encuentro y deliberación de las diversas fuerzas sociales y políticas que, con todo y sus insuficiencias y excesos, le dan sentido al ejercicio del poder constituido que muchos queremos sea democrático.
Nada está garantizado. Y en poco contribuye el ruido mañanero y la opacidad silenciosa del gobierno y su gabinete. Hasta ahora, los esfuerzos críticos de los comentaristas y analistas que se empeñan en buscar respuestas más o menos precisas a sus reclamos y señalamientos, algunos agudos y otros excesivos, pero en ejercicio del derecho a la libertad de expresión, no han encontrado algo más que mutismo, cuando no el escarnio y, desde la ionósfera de las redes, el atropello verbal en escala libre.
La democracia es, en esto no hay sinónimos, un gobierno basado en la pluralidad, la discusión e intercambio de ideas, incluso en las antípodas de nuestras creencias; por ello, las reglas e instituciones son indispensables, pero la savia de la convivencia es la deliberación, el diálogo e inclusive, la confrontación que, con paciencia, templanza y apertura, llega a un mejor entendimiento entre contrarios o discrepantes.
Si lo pensamos bien o si simplemente recordamos los chistes, generalmente malos, de los jerarcas de la legislatura, tendremos que admitir que nada de esto ocurre hoy entre nosotros, como sociedad civil y, lo peor, como sociedad política. Ahí donde se ejerce, construye y se construye el poder del Estado.
Rumbo a la Cumbre de Negocios 17, su presidente, Miguel Alemán Velasco, “pide a los inversionistas dar más tiempo al nuevo gobierno… para que poco a poco vaya dando respuesta a los problemas que nos aquejan” (Israel Rodríguez, La Jornada, 10/04/19, página 19). Por su parte, varios estudiosos de la economía política de México y el mundo, convocados por David Ibarra para el número 46 de la revista EconomíaUnam, se empeñan en señalar prioridades para recuperar el crecimiento y convertirlo pronto en desarrollo, inclusión social y prosperidad económica.
“Sabia virtud de conocer el tiempo (…) dar tiempo al tiempo”, decía el gran Renato Leduc. Ojalá que los empresarios en su cumbre, reconozcan que hay tiempo para ganar, gozar y que también debe haberlo para repartir, compartir; para redistribuir. Una manera de traducir el consejo del poeta a la política de hoy es priorizar tareas y momentos. Otra, identificar de entre nuestras instituciones, capacidades, costumbres y ritos, lo que conviene conservar, lo que hay que reformar y lo que hay que cambiar y pronto.
Se trata de (re)inventar un orden que responda a la democracia, sostenido por un Estado constitucional, democrático y de derecho que, para serlo de manera legítima, tiene que ser un Estado social y desarrollista, si no queremos extraviar la senda y perdernos en la bruma del tumultuoso cambio del mundo que vivimos.
Eso de transición sin rumbo y cambio sin objetivos no es receta atendible, menos creíble. Hay que arriesgar y poner adjetivos.