hora es más que evidente que ha fracasado la estrategia de las autoridades de la UAM para terminar la huelga. Sólo atrincherarse, sin buscar una salida al tema del salario fue un error, no tuvo en cuenta el devastador impacto que causa en académicos y administrativos ver las millonarias cantidades de recursos destinadas a estímulos
a los funcionarios, la determinada oposición a que se toquen y, el pobre aumento que se ofrece. La falta de sensibilidad se agrava con la amenaza –de dudosa solidez– de iniciar un procedimiento legal que obligue a los trabajadores a quitar las banderas de huelga bajo la amenaza de despidos. Es esa falta de sensibilidad y perspectiva lo que de fondo ha atorado la solución y generado costos que son enormes para estudiantes y trabajadores, y para la propia universidad. Culpar a los trabajadores de las consecuencias de la falta de flexibilidad y ánimo de negociación tampoco abona la solución del conflicto.
Ante esta situación, la sociedad y la comunidad merecen de la autoridad una explicación detallada, por escrito, de por qué no se puede ofrecer una contrapropuesta. Donde se indique cuáles son las normas que impiden transferencias, cuando se sabe que éstas ocurren constantemente y hasta existe el concepto de ahorros no deseados
, por qué no se puede citar al Colegio Académico, cuando esto ya ha ocurrido en el pasado y por qué el aumento de unos cuantos puntos porcentuales desequilibrarían las finanzas y la institución se pondría en riesgo.
Sobre todo cuando las cifras muestran que la autoridad otorga aumentos sin temor a desequilibrios. Así, de 2008 a 2018 el salario base de un académico titular aumentó 48 por ciento y, sin que se desequilibrara algo, el monto de estímulos a mandos medios y superiores creció mucho más, 68 por ciento (Páginas 36 y 43 de Presupuestos respectivos). Por qué, si un año (1995) la mayoría de académicos recibió un aumento en sus ingresos de hasta 108 por ciento (titular C de tiempo completo), tampoco nadie habló de desequilibrios. Aunque sí los hubo, pero para los administrativos, que quedaron rezagados.
La huelga UAM es ya tan prolongada que es necesario verla, a la luz de conflictos universitarios de larga duración y de las estructuras de fondo que los producen. El ejemplo más cercano es la UNAM, con nueve meses de una huelga que sólo concluyó con el cumplimiento de la amenaza, la ocupación por fuerzas federales, la aprehensión y enjuiciamiento de mil estudiantes, y el estrepitoso derrumbe de la conducción de esa universidad. Ahí jugaron un papel muy importante la falta de sensibilidad y la inflexibilidad de la autoridad. En 1999 el químico rector impulsó el aumento de las colegiaturas, un plan de calidad
que excluía a los estudiantes más pobres y mantenía al Ceneval como agencia para la selección de sus estudiantes, componentes tan explosivos como los permanentes bajos salarios. El Consejo Universitario, protegido con alambre de púas, siguió al rector y aprobó las reformas. Pero, casi al mismo tiempo, en la UAM (1998) ocurrió lo contrario. El rector pretendía hacer obligatorio el examen de egreso del Ceneval como requisito para el título profesional, y los estudiantes se encresparon. Tal vez por conocer de compuestos de alta volatilidad, el también químico rector terminó por ceder, el Colegio Académico lo siguió, se rechazó al Ceneval y no se perdió un solo día.
Sin embargo, estas dos universidades, en contradicción con el espíritu de democratización de la original autonomía, fueron construidas por el Estado como entidades de un solo hombre, apoyado por la Junta de Gobierno, mayoría en Consejo, burocracia fuerte y leal y el vacío que crea una comunidad sin información ni vías de participación. Esto fortalece a la autoridad pero también la hace enormemente frágil. Porque el poder así enraizado tiende a volver insensible la percepción e inflexibles las estrategias, sobre todo cuando enfrentan una movilización desafiante y a profundidad. Los reglamentos, el apoyo burocrático, cierran el horizonte de lo posible. El juicio de una persona, las opiniones del cerrado grupo de cercanos, igual pueden salvar que llevar al abismo. En la UAM, además, se construyó una poderosa estructura burocrática. La ley orgánica le confiere al rector siete facultades, pero el reglamento orgánico le añade 20 más. En la ley, el Abogado General tiene una facultad, el reglamento le otorga 18 más. Y muy poco para órganos colegiados (Aboites en Kovacs, Revolución inconclusa, 1990:330).
En contextos como estos, los movimientos tienden a ser muy fuertes porque se incuban durante años de indiferencia y control, y tienden a ser enfrentados con rigidez. Sin embargo, esto no es destino. En 1998, el químico A cedió, y la UAM salió indemne; en 1999, el químico B, inflexible, hizo pagar a la UNAM un altísimo costo y además, inútil: otro rector deshizo sus medidas. Hoy en la UAM la autoridad puede ir por A o por B. ¿Qué hará?
*UAM-X