Opinión
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Si no importa, hazlo en grande
L

a academia mexicana siempre ha sido generosa con los políticos. Antes, cuando el gobierno apoyaba las universidades, los políticos sabían que cuando se quedaran en la banca podrían volver a la academia, aun cuando nunca hubieran estado en ella. Los múltiples regresos de quienes nunca estuvieron sugieren no sólo una falta de rubor, sino sobre todo una falta de aprecio a lo que es el trabajo de investigación, o la formación de estudiantes. Esa falta de aprecio ha llegado hasta el punto del descrédito total de la cultura y de la universidad, que han sido vaciados de todo contenido, y se reducen hoy a una función ornamental.

Es verdad que la falta de aprecio del político al académico ha tenido como contraparte una propensión del pedante por humillar. Y a la opinión pública le encanta sumarse a ese juego, mientras signifique sólo ridiculizar al político: el José Luis Borgues fue una nota de gran éxito, aun cuando la mayoría de los mexicanos no hayan tenido ni la más peregrina idea de quién era Borges. Otro momento de grande algarabía, aquella referencia a la señora Sarah Mago... O también el momento en que algún presidente declaró que entre sus dos o tres libros favoritos figuraban las novelas de Octavio Paz (que nunca escribió una).

Anoche me enseñaron un video en que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) presenta a Gabriel Orozco para ungirlo como cerebro y factótum de un nuevo megaproyecto cultural en Chapultepec, que, inevitablemente supongo, se anuncia como el más grande del mundo. En ese acto, AMLO presume a Orozco como un gran pintor (cuando es un artista conceptual), pero poco importa... Sea lo que sea, lo que importa es que es grande. Ya lo dijeron en Nueva York. Finalmente, ¿a quién le importa que Paz no escribiera novelas, o que Orozco no sea pintor? A nadie. Para los presidentes de México la cultura es un mamarracho que sirve para sacarle raja, si no, no importa. Importa, sí, que lo de Chapultepec sea el proyecto más grande del mundo. O al menos de América Latina. O de perdida, de México. Importa que Paz haya sido un premio Nobel. Importa que las universidades sean 100. Y ya.

La ignorancia de presidentes y políticos tampoco importa demasiado. Finalmente si se cultivan o no es cosa suya, y de nadie más. Pero el asunto duele más cuando ignorar se convierte en un acto deliberado, en un verbo activo que lleva toda la fuerza del Estado atrás. AMLO se ha comprometido a realizar una política de inclusión educativa, y quiere abrir espacios universitarios para todos los jóvenes. Bravo. Bien. Muy bien. Pero para hacerlo, y no dejar de sacar raja política de aquel esfuerzo de inclusión titánico, opta por ignorar lo que es una universidad, y decide así querer 100. ¿Por qué 100? Pues porque es un número grandotote. Se le va a llenar la boca con 100 universidades, mientras dos o tres no le van a alcanzar ni para las elecciones intermedias.

Sólo que hay un detalle: construir 100 universidades puede significar no construir ninguna, porque una universidad no es sólo una casona con algunos maestros y un letrero (grandote, desde luego) que diga Universidad. ¿No lo sabía? No, pues para eso, justamente, sirve ignorar. Si la plata da sólo para dos universidades de a de veras ¿por qué no comenzar por ahí? ¿Vale la pena desvirtuar la experiencia universitaria de estudiantes y profesores a cambio de la cifra 100? Por otro lado, la Ciudad de México ¿necesita el proyecto cultural más grande del mundo donde estaba aquella casona desangelada que se llama Los Pinos? ¿Para qué? ¿En qué consiste ese magno proyecto que será tan pero tan grandote, que amerita llamar del extranjero a un grandísimo pintor que no es pintor?

Como regla general, los políticos no se han dado por enterados de que la grandeza cultural parte de la escala humana, y que sucede en actos modestos. Leer un libro, por ejemplo, o detenerse a mirar un cuadro; escuchar música, discutir una obra de teatro... Para cultivarse se necesita saber estarse en paz y admirar la escala del tiempo humano. No se puede apreciar una buena conferencia, o el trabajo de un estudiante bien formado, si uno tiene la cabeza llena sólo de proyectos grandilocuentes. Los políticos mexicanos viven con miedo al vacío y al silencio. Intuyen su propia insignificancia. Pero luego se consuelan pensando en que, cuando se esfumen sus castillos en el aire y el Presidente no tenga quien le escriba, siempre podrán volver a la academia.