Opinión
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Encono en las redes sociales
N

o se trata de dialogar, sino de avasallar al oponente. El ágora, la plaza publica, en la que confluyen los usuario(a)s de la redes sociales rompen lanzas unos contra otros. La declaratoria de guerra es cotidiana, no hay convicción de persuadir, sino de eliminar simbólicamente al contrincante.

Ejercer la persuasión implica, primero, tener integrada una posición informada sobre determinada temática para, después, exponer el punto de vista con el fin de intentar convencer a la contraparte de las razones por las cuales hemos adoptado cierta óptica. El reconocimiento del otro(a) como interlocutor con derecho a exponer su posición es importante para sostener una conversación, presencial o virtual, fructífera. Pero cuando la consigna es demeritar, considerando inferior al otro, lo buscado es aniquilarle, no reconocerle derechos.

Ryszard Kapuscinski, el gran trotamundos y periodista polaco, sintetiza experiencias y aprendizajes en sus recorridos geográficos e interculturales en el libro Encuentro con el otro (Editorial Anagrama, Barcelona, 2007). El autor dice que en la extensa historia humana localiza tres posibilidades ante el encuentro con el otro: podía elegir la guerra, aislarse tras una muralla o entablar un diálogo. Es decir, intentar la conquista mediante la violencia, encerrarse y tratar de ignorar la existencia del mundo, o aventurarse a encontrar puntos de contacto con quienes nos resultan extraños inicialmente.

Los otros son aquellos que no son como yo, los que tienen idioma, color de piel, gustos, creencias y prácticas distintas a las mías. De una constatación fáctica, su diferencia, se procede a sacar conclusiones valorativas: lo mío es mejor y más valioso, lo de ellos es peor y deleznable. De ahí que muchos conglomerados humanos se describan a sí mismos como el parámetro de lo que es la humanidad y, por consiguiente, los demás son falsificaciones.

En el origen de toda justificación para agredir a los otros encontramos el ejercicio de cuestionar o infravalorar su humanidad. La hermenéutica de la deshumanización de los otros para intentar explicar que lo mejor es eliminarlos, o mantenerlos a raya tras murallas o alambradas, si no físicas al menos cibernéticas, la encontramos diseminada por todos los periodos de la historia. Trátese de los nazis contra los judíos, o de la infernal masacre de los hutus perpetrada contra los tutsis en Ruanda, o la inmisericorde liquidación en Camboya de cientos de miles de quienes los jemeres rojos consideraban enemigos del pueblo. Y en América Latina los pretextos usados por los dictadores que desataron guerras sucias y su horrible saldo de torturados, desaparecidos y ejecutados con saña porque así, según ellos, defendían a la civilización occidental y cristiana de sus enemigos.

En las redes sociales pululan linchamientos simbólicos, holocaustos purificadores con víctimas propiciatorias, cuyo sacrificio se justifica con infinidad de consignas que buscan exculpar a quienes perpetran el ataque. Los guardianes de la pureza ideológica, religiosa, política, cultural y en otros campos, son creativos para minimizar las voces que presentan puntos de vista alternativos y que por exponerlos en las redes sociales resultan vituperados copiosamente.

En la sociedad global, y más globalizada que nunca, pululan los aldeanismos que buscan excluir a los otros, los extraños que irremediablemente son un peligro para la estabilidad, la pureza y la sobrevivencia del grupo que pretende imponer la normatividad. Las personas que hacen reiterados esfuerzos por marginar otras opiniones niegan igualdad a los adversarios, por ello los cosifican o se refieren a los otros como animales depredadores a los que es necesario extinguir o al menos silenciar.

El autoritarismo aniquilador que se expresa en el ágora virtual, que a diferencia del ágora ateniense donde el derecho a expresarse lo ejercían unos pocos, literalmente le ha dado voces a todo(a)s los que deseen participar y solamente necesitan una conexión de Internet. La democratización opinativa ha expropiado a los medios tradicionales el monopolio de dar a conocer puntos de vista sobre asuntos públicos. La multiplicación de voces y miradas es benéfica y muestra la diversificación de la sociedad. Sin embargo, cuando los vociferantes buscan disminuir o acallar del todo la pluralidad de voces, están menoscabando un espacio que debe ser policromático.

El intercambio de conocimientos situados, de argumentos sustentados con datos verificables, la toma de posición en pro o en contra de lo sustentado por otra persona o colectivo potencia la construcción de ciudadanía democrática. En contraparte, socavan dicha construcción quienes sustituyen el ejercicio argumentativo/persuasivo con acumulación de ofensas, diluvio de adjetivaciones ominosas, multiplicación de ridiculizaciones y evasivas para tomar en serio los cuestionamientos que hacen los demás. Requerimos más voces y menos vociferantes.