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¿Informados, o perros de Pavlov?
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timamente muchas cosas suben. Otras van a la baja. El aire está caliente. Entre las que bajan se cuenta lo que conocíamos como periodismo de investigación. Hace no tanto gozaba de prestigio. Eso es periodismo, la quintaesencial combinación del estar ahí del new journalism, la documentación a fondo y el cultivo de fuentes confiables que, si el informador también lo era, resultaba legítimo reservárselas. Un anonimato con respaldo, diríamos hoy.

La prolongada Revolución hizo de México un país de testigos. Lo mismo pudo suceder en Europa tras sus guerras y la revolución soviética, pero no, entre culpas, represiones y horror, el testimonio no fluyó igual. Nuestro país en cambio imprimió un siglo entero de herencia revolucionaria sin verdaderos secretos y en la que todo mundo tenía el derecho de intervenir, incluso los perdedores. Al periodismo le permitió llevar a la maduración el extraordinario periodismo literario de liberales y modernistas. Todos fuimos hijos de Heriberto Frías. Y Zapata sigue aquí.

En sus mejores momentos, el reportero de investigación, el cronista y el testigo se fundían en uno. Recordemos los trabajos de Fernando Benítez, Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska. Y Julio Scherer García, quien verdaderamente hizo escuela. A pesar del control sistemático del PRI, en diarios, revistas y libros la libertad de expresión se defendía ejerciéndola. Hubo batallas, derrotas que resultaron victorias y perfilaron los medios y el periodismo escrito como lo vemos aún hoy, en medio de cambios mediáticos y culturales que arrasan con todo mientras caen asesinados más periodistas que nunca.

No fue menor la influencia del reportaje estadunidense, que lograba victorias brillantes, obras maestras que influyeron en cambios. Del periodismo Gonzo al militante, nuestros mejores reporteros se nutrieron de los vecinos, con frecuencia escritores de primera. Además de toda una tradición de reportero gringo que testifica la vida de México con objetividad y empatía, un siglo que se resume en cuatro Juanes: John Reed, John Ross, Jon Lee Anderson y John Gibler. La lectura de Village Voice, Playboy, Rolling Stone, New York Times, Harper’s y demás era obligada para seguir en vivo la cátedra de Norman Mailer, Greil Marcus, Tom Wolfe.

El buen periodismo es algo más que materia prima para historiadores. Escribe la Historia misma. En un entorno cínico, chayotero, controlado por el Estado, nunca nos faltaron reportajes memorables, ni la inteligencia periodística de José Alvarado, Salvador Novo, Renato Leduc, José Joaquín Blanco, José Emilio Pacheco y otros literatos que engalanaron las publicaciones mexicanas a lo largo de los sexenios. El idioma importaba.

Como se sabe, los medios electrónicos impusieron pronto una influencia masiva que demandó mayor control del Estado, hasta volverse cómplices. No quitó que existieran reportajes televisivos, videastas y cineastas a la altura de la mejor tradición impresa, pero su espacio era más restringido aún.

Este panorama, con sus bienes y males, llegó al siglo XXI dando la batalla ante las nuevas tecnologías, que en pocos lustros han transformado canales y lenguajes. Internet posibilita nuevos periodismos de excelencia, pero hoy un tuit mata un reportaje, un video viral y banal determina la vida, el pensamiento y las conversaciones en las próximas 24 horas para millones de personas. Las filias y fobias son primarias, gráficas, las opiniones se reducen a reacciones, nadie busca convencer o demostrar, sino que le crean. La cascada de insultos desciende desde los Poderes Que Son hasta las ramificaciones más plebeyas. Accesibles, gratuitas y tan fluidas que parecen democráticas, desde las redes se ganan algunas causas nobles, pero no necesariamente por demostración fidedigna sino por el desasosiego que provocan, sus ondas expansivas, la confusión que heredan.

Herramientas tan formidables nunca son inocentes. Ya nos acostumbramos, con docilidad pasmosa, al Big Brother. Personajes oscuros como Bannon, los Koch o Zuckerberg pueden tener influencia determinante en lo que creemos saber. ¿Es nostalgia añorar las añejas formas de investigación, o la verdad hoy es otra cosa? Volver a las fuentes permitiría recuperar una idea consistente de lo real y salir del experimento pavloviano al que estamos sometidos constantemente.