l panorama futuro de la economía del país parece nublarse con el paso de estos iniciales meses del año. El actual gobierno de la República hace meditados malabares para cumplir las promesas de campaña. Muchas de ellas, las de naturaleza social que han sido puestas en marcha, exigen de enormes cantidades de recursos. La realidad, empero, va develando sus intrincadas características presentes que sitúan los ingresos de la hacienda pública en tela de juicio.
El crecimiento pronosticado del producto interno bruto (PIB) por analistas, instituciones financieras, organismos internacionales no dibujan un halagüeño futuro a corto plazo. El propio Banco de México y la misma autoridad hacendaria hablan de un reducido crecimiento del PIB para este 2019. Las cifras de estos aparatos financieros apenas alcanza para cubrir el crecimiento poblacional venidero: de 2 a 2.3 por ciento fueron las anotaciones preliminares. Luego, en cuanto pasaron los primeros meses, aparecieron los recortes esperados. Ahora se dice que el PIB fluctuará entre 1.1 y 2 por ciento en espera de otra desventura.
Si la realidad concuerda con los pronósticos mencionados arriba, las posibilidades de concretar los ofrecimientos se miran cuesta arriba. Sin embargo, el Presidente mantiene su usual y optimista seguridad de concretar los planes de cambio. Y los mantiene basado, en parte sustantiva, en el régimen de austeridad, llamada republicana, a que ha sometido a toda la administración federal. Las prédicas de afectar, de lleno, las fugas de haberes que ocasionan las prácticas de la nefasta corrupción –por lo demás bien instalada– pondrán, sin duda alguna, su parte correspondiente. Qué tanto pueden colaborar tales decisiones, por tajantes y profundas que estas sean, está por verse. A ojo de buen cubero, tal parece que los aportes serán cuantiosos, muy alejados de los poquiteros cálculos de la severa crítica sistémica.
Poner en marcha los programas de corte social es una decisión trascendente. Sus resultados, en cuanto a los beneficios que se intentan provocar, se palparán en el corto plazo. Llevan inscritos ánimos reivindicatorios y justicieros que robustecerán las esperanzas de un cambio efectivo. El arrugado piso actual comenzará a emparejarse para los grupos humanos siempre marginados del reparto de los beneficios del desarrollo concentrado.
Pero todo esto no es suficiente para el testimonio efectivo de la Cuarta Transformación en marcha. Lo que falta por alinear, en las cuentas presupuestales, exige una hacienda mucho más robusta que la actual. Amasar cantidades fiscales del orden de 11 o 15 por ciento del PIB no es suficiente par cimentar las expectativas de encaminar al país por el rumbo de una sociedad igualitaria. Proporciones de 25 a 30 por ciento se tienen que fijar como metas.
Lograr un sistema de salud integrado, moderno, que pueda atender a toda la población con calidad en el servicio, parece, hoy en día, un horizonte lejano. La educación, base sustentadora del mañana, requerirá inversiones cuantiosas. Se tiene una infraestructura por demás defectuosa. La mayor cantidad de los planteles escolares de primaria y secundaria del país presentan carencias inaceptables. La construcción de nuevas aulas, con todos los servicios adicionales y su mantenimiento riguroso, no puede esperar más tiempo. La capacitación de maestros por cientos de miles es y será, en efecto, un apostolado de gran alcance que aguarda por delante. Tan sólo estos renglones, enunciados de manera preliminar, dejan apuntadas las duras decisiones fiscales pendientes pero impostergables. No se dejan de lado los requerimientos para cimentar, con solidez, el crecimiento del aparato productivo. Para ello los programas para el rescate energético llevará a cuestas la tarea sustantiva. Y, con ello, el aporte de inversiones cuantiosas será indispensable.
¿Cómo tendrá que actuar un gobierno con pasiones transformadoras ante desafíos en tiempos contrarios, reticentes, adversos? Porque los que aparecen delante así lo son y serán. La economía estadunidense parece aflojarse y, más aún, caer en recesión. Las naciones ricas buscan proteger sus fronteras y el comercio externo es terreno de enfrentamientos entre potencias.
Plantarse delante de la adversidad no es tarea de simples voluntades, simpatías y buenas intenciones. Se requiere entereza para proseguir los muchos y duros deberes. Uno, el crucial, apunta hacia la hacienda pública. Cimentarla será obligación ineludible. Hacerlo entre dificultades mayores, oposiciones poderosas, años con débil crecimiento y un aparato comunicacional reactivo al cambio, conjunta obstáculos mayúsculos. Será la lucha que aguarda para el mañana y donde enterrar los efectos del neoliberalismo, no la idea misma de ese imaginario, ha empezado y seguirá.