l informe mas reciente del Inegi señala que en enero pasado el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) aumentó –por llamarle así– 0.2 por ciento en términos reales, proporción que, en términos prácticos, no alcanza ni para un boleto del Metro. En términos anuales el aumento –ídem– fue de 1.2 por ciento, resultado del avance de las actividades primarias (3.3 por ciento) y las terciarias (2.3), y el descenso de las secundarias (-1.1).

La tecnocracia solía festejar este tipo de resultados, porque, según ella, mostraban fehacientemente que la economía mexicana no deja de crecer. Sin embargo, en los hechos tal comportamiento –presente a lo largo de 36 años– sólo confirmaba el estancamiento de lo que ese mismo grupo calificaba (y para él no era chiste) como navío de gran calado (léase la economía nacional).

El problema, como lo subraya el análisis más actual del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico –del que se toman los siguientes pasajes– es que la economía mexicana ha refrendado que se encuentra en franca desaceleración: el menor ritmo de actividad económica comenzó a acentuarse desde el primer trimestre de 2018 y se generalizó a partir del segundo.

Lo anterior redunda en un hecho: el crecimiento promedio del primer bimestre del gobierno del presidente López Obrador (diciembre-enero) fue de 0.7 por ciento, el más moderado desde que se tiene registro del IGAE (cifras ajustadas por estacionalidad). Sin duda, es el resultado de la herencia económica de 2018, reducción del gasto e inversión de gobierno, ausencia de política industrial, debilidad del mercado interno y elevadas importaciones, por lo que el verdadero desafío será frenar la desaceleración y lograr una reactivación de los sectores que están siendo afectados.

La evidencia muestra que el sector secundario (el industrial) enfrenta los mayores problemas: durante el primer bimestre el comportamiento del sector fue negativo (-1.8 por ciento, aún más adversa que los crecimientos marginales de 0.5 por ciento alcanzados durante los últimos 12 años). Sólo una combinación de medidas contingentes y estructurales para el sector podrá revertir las consecuencias de la política errónea de la mejor política industrial es la que no existe (aplicada a lo largo de los gobiernos neoliberales).

Es evidente que la tendencia de la economía sigue en franca desaceleración y el ciclo económico se mantiene a la baja. Si bien el crecimiento promedio del primer bimestre (diciembre-enero) de la nueva administración es positivo, resulta inferior a lo contabilizado en los cuatro sexenios previos para el mismo periodo en prácticamente todos los componentes principales del IGAE. De persistir este escenario deberán ajustarse a la baja tanto la estimación oficial del PIB como la recaudación fiscal, el gasto y la inversión pública.

El camino para evitar que ello suceda es la aplicación de una nueva política industrial y un acuerdo nacional por el desarrollo social y económico que contemple: todos los proyectos de inversión pública deberán tener un mínimo de contenido nacional que rebase 60 por ciento, puse con ello aumentará el efecto multiplicador del gasto e inversión pública. Urge implementar medidas de reactivación económica en proyectos de infraestructura carretera, de educación pública, vivienda, de regulación y financiamiento. La reactivación del mercado interno debe ser prioritaria para garantizar que la economía retome un crecimiento de al menos 2.5 por ciento. Lograr niveles superiores dependerá de una nueva política de desarrollo industrial. Es la única forma de alcanzar un desempeño sostenible superior a 4 por ciento.

Las rebanadas del pastel

Está bien eso de ser austero, pero al gobierno de la CDMX de plano se le pasó la mano: en los llamados kioscos de la Tesorería –cuando menos en el sur de la ciudad– ni siquiera tienen hojas para imprimir las actas de nacimiento, matrimonio y conexos solicitadas por la ciudadanía. Entonces, hay de ahorros a ahorros.

Twitter: @cafevega

cfvmexico_sa@hotmail.com