El compositor Francesco Cavalli plasmó en esa obra barroca ‘‘un tratamiento desacomplejado y lúdico de la sexualidad’’, opina el director del Teatro Real
Martes 26 de marzo de 2019, p. 4
Madrid. Ninfas sensuales que embriagan con sus bailes eróticos, bestias antropomorfas que muestran con descaro una fogosidad insaciable y dioses de la mitología que engañan y exponen con crudeza la crueldad para vampirizar a sus presas. Y todo esto narrado con música con ingredientes del barroco, con sonidos singulares de los chitarrones, la viola da gamba, el lirone y el arpa barroca.
El Teatro Real estrenó en España una puesta en escena irreverente y lujuriosa de la ópera más celebrada de Francesco Cavalli, La Calisto.
En pleno siglo XVII, Venecia era proclive a los humores libertarios, a la transgresión de los límites morales y sexuales, no sólo en el carnaval, cuando la urbe se llenaba de disfraces excéntricos. Por todos esos atributos o ‘‘actos pecaminosos imperdonables, según quien lo miraba, la ciudad de los canales y el Adriático fue amenazada por el papa Pablo V con la excomunión de la metrópoli entera’’, acusándola de ser la ‘‘versión real de Sodoma y Gomorra”.
Culto a la libertad y el desenfreno
Y es precisamente ese culto a la libertad y al desenfreno el que expone con una belleza musical extraordinaria el compositor italiano Cavalli, quien, como en otros trabajos suyos, se alió con uno de los libretistas más brillantes en la historia del género lírico, Giovanni Faustini.
El director del Teatro Real, Joan Matabosch, se empeñó en desarrollar una producción difícil para la que no sólo era necesario la incorporación al equipo del Teatro Real de una orquesta barroca, en este caso la de Sevilla y el Monteverdi Continuo Ensemble, sino también la confección de un mundo imaginario lleno de colorido y magia tanto en el escenario como en los vestuarios y el maquillaje de los personajes. Todo esto con la finalidad de recrear ese mundo fantástico e irreverente que imaginó el binomio Faustini-Cavalli.
Así lo explicó Matabosch: ‘‘Pusieron su acento en una Venecia que resplandecía entre las ganas de gozar y de entregarse al placer. Es difícil imaginar ópera más veneciana que La Calisto por ese tratamiento lúdico, desacomplejado y humorístico de la sexualidad, pero también porque la trama de la ópera se va impregnando de recogimiento y espiritualidad hasta acabar evocando el sentido de la existencia, la inmortalidad del alma, el precio y los límites del amor y el libre arbitrio concedido por el Creador a sus criaturas”.
El director de escena es el experimentado estadunidense David Alden, quien explicó: ‘‘Todo mundo sabe de la existencia de Claudio Monteverdi, el padre de la ópera, pero de Cavalli, el compositor italiano que contribuyó a poner los pilares de un arte incipiente, pocas obras se representan”.
Alden, en su convicción de que durante los primeros años del barroco la libertad era total en el género lírico, decidió hacer una versión de La Calisto que evoca la sicode-lia de los años 70 del siglo pasado, el nacimiento de la cultura jipi, la época del LSD y el amor libre. Esa obra se estrenó en 1651.