Cultura
Ver día anteriorSábado 23 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
Ferlinghetti cumple cien años

En su novela A Little Boy (2019), el poeta beat recupera su lejanísima y atribulada infancia // ‘‘Es una locura / estar vivo en un mundo tan / extraño’’

 
Periódico La Jornada
Sábado 23 de marzo de 2019, p. 2

Llegó a San Francisco porque le dijeron que era la ciudad más europea de Estados Unidos, la más italiana, la más políglota, la más bohemia a excepción de Greenwich Village. Amanecían los años 50 y Larry F., cumplidos los 30 de su edad, decidió no volver a su natal Nueva York. Pintor que se creía el Stephan Dedalus de Retrato del artista como un joven de James Joyce, vio San Francisco por primera vez desde el ferry que lo trasladaba desde Oakland. Reproduciendo la ‘‘pesadilla de aire acondicionado” de Henry Miller, atravesó Estados Unidos en tren, dejando la costa este a sus espaldas. Semanas atrás se había embarcado en Barcelona.

Nacido en Yonkers, NY, el 24 de marzo de 1919 en medio de los italianos del barrio, a los dos años ya era huérfano de padre y madre. Creció en Francia a cargo de una tía. Estudió en la Sorbona y luego se matriculó en Columbia. Durante la guerra mundial regresó a Europa para luchar en la Resistencia y permaneció varios años en España como soldado estadunidense. Artista plástico en ciernes, al pisar Nueva York encontró nauseabundo el medio artístico, y como otros miembros de la generación a la que aún no sabía que pertenecía, se lanzó a la ‘‘Costa Barbara” de California, lo más lejos posible de Estados Unidos. Bueno, eso creyeron el también neoyorquino Gregory Corso, Allen Ginsberg (de Paterson, Nueva Jersey, que se alejaba de su cuna, también la de William Carlos Williams) y Jack Kerouac, quien justo entonces (1948-1949) realizaba las épicas travesías y escribía la novela En el camino, publicada hasta 1957.

Cuando desembarcó esa mañana de 1950 en Market Street, anacrónicamente poblada de tranvías, Ferlinghetti no podía imaginar que en poco tiempo él se convertiría el eje de la generación poética más célebre de Estados Unidos, los llamados beatniks, o Generación Beat, a quienes se puede ubicar en el origen de toda la contracultura, ese fenómeno que menos de tres lustros más tarde encarnaría una sed de revolución y rebeldía que dejó huellas indelebles en las artes y la vida social de Occidente.

Se descubrió poeta, con Coney Island en la mente y metido en una pandilla de locos, pachecos y bebedores ebrios de versos, música de jazz y poetas malditos. Eran los años de be bop, ya con Miles Davis sacándole una cabeza a Charlie Parker. En Francia, tan próxima a su corazón, encontraron empatía con el existencialismo de Sartre, Beauvoir y Boris Vian. Siendo Ferlin-ghetti el de mayor edad, los otros beat pertenecen la misma generación de la Nouvelle Vague y el Nouveau Roman. Y para esas, del boom latinoamericano.

Los futuros beat pronto necesitan una librería y una editorial, pues ya se la están creyendo. En 1953, Ferlinghetti se consige un socio y establece City Lights Books, inspirado en Chaplin, en la Avenida Columbia. North Beach se erige como escena de la nueva música, la nueva poesía, la novísima actitud. El resto es historia. En 1957, con el macartismo rampante, City Lights publica Aullido de Allen Ginsberg y Ferlinghetti va a dar a la cárcel acusado de obscenidad. Sigue un juicio célebre con el que los poetas vencen a la censura, en la tradición de Henry Miller y D. H. Lawrence.

Foto
▲ Lawrence Ferlinghetti (Yonkers, Nueva York, 24 de marzo de 1919). El autor de Imágenes de un mundo ido, más que los otros poetas de la generación beat, une estrechamente el arte con el compromiso social y político. En su quehacer literario abundan los poemarios y artículos polémicos, algunos relatos, novelas y proclamas ardientes, como su famoso ‘‘Manifiesto populista’’. Completamente lúcido, el escritor pasa la mayor parte del tiempo en la cama. Mañana Ferlinghetti será conmemorado ‘‘con estilo’’, anuncia la librería que fundó.Foto City Lights Bookstore

Los beat se agitan, se mueven. Hacen de México su patio de recreo y vienen tras las huellas del beat mayor, William S. Burroughs. Conectan opio y mariguana en la calle de Dolores, Kerouac se enamora de una prostituta (Tristessa) y se hunde en un Mexico City Blues. Bourroughs se cree Guillermo Tell, le falla la puntería y mata a su mujer de un tiro. Fin de la fiesta mexicana.

Mares de poesía

Ferlinghetti y sus compinches crean mares de poesía y City Lightslos edita, vende y promueve. Llegados los años 60, San Francisco deviene el centro florido de la contracultura: los jipis, la sicodelia, la poesía viva y encarnada en la oposición a la guerra de Vietnam, el racismo, la represión sexual y amorosa. Los primeros herederos de los beat se llaman Bob Dylan, Jefferson Airplane, Jim Morrison, Patti Smith. Pero son un grupo que por naturaleza debe reventar. No deben ser secta, y lo son. Ferlinghetti, más que los otros, une estrechamente el arte con el compromiso social y político. Como Whitman, es un gran poeta civil.

Algún día se quejaría de que ‘‘los nativos beat lo atacaban porque ‘no se podía ser beat y tener un compromiso político a la vez’”. Para Bourroghs: ‘‘sólo al junkie y al muerto nada les importa”. Ferlinghetti se rebela, pues ‘‘no soy lo uno ni lo otro”. Apoya y admira la Revolución Cubana (y acompañará a Ginsberg al ser expulsado de la isla por ‘‘inmoral”), viaja a la Unión Soviética, donde se hace amigo (y editor en inglés) de Evstuschenko y Voznesensky (‘‘los beat rusos”), se une a las protestas contra la guerra en Vietnam, escribe una poesía lírica abiertamente anticapitalista, influye en los Panteras Negras que nacen en Oakland, y mantiene viva la prodigiosa librería de izquierda, con uno de sus tres pisos dedicado sólo a libros de poesía.

Decenas de poemarios des-pués, centenares de poemas y artículos polémicos, algunos relatos,novelas y proclamas ardientes (como su famoso ‘‘Manifiesto populista”), Ferlinghetti cumple su siglo con una novela en flujo de conciencia, A Little Boy (2019), donde recupera su lejanísima y atribulada infancia. En 2017 declaraba al Washington Post que a él nunca le dio por voltear atrás. Se ve que decidió hacer un excepción para su centenario. Completamente lúcido, pasa la mayor parte del tiempo en la cama. Escribe en Imágenes de un mundo ido (1955): ‘‘es una locura / estar vivo en un mundo tan / extraño”. Y que lo diga un señor de 100 años.