n varias ocasiones me he permitido hacer una reflexión sobre los acontecimientos que se dan en la región Cuenca del Caribe-Centroamérica con afectación a intereses de México. La primera estuvo referida a la entonces novedosa experiencia de los internamientos de delincuentes llamados Mara Salvatrucha, lamentables residuos de la guerra interna en El Salvador.
La segunda, con aparente independencia de lo anterior, fue los datos sobre contingentes hondureños a los que se sumaron nacionales de otros países que se preparaban para cruzar México rumbo a Estados Unidos y las consecuencias para nosotros por ser país seguro
como lo estamos viendo con los repatriados. Varias más estuvieron dedicadas a describir las debilidades de nuestra frontera sur y a las simulaciones del gobierno de EPN creando comisiones y suscribiendo convenios internacionales imposibles de funcionar. Tarde y mal se enteró aquel gobierno de lo que no sólo era previsible, sino que se vio venir. Hoy parece estar a la vista el surgimiento de preocupaciones mayores. Una creciente desestabilización regional.
El interés mexicano en ello, es legítimo y fraterno. Nos preocupa la protección de nuestros connacionales y sus bienes, pero sin vocaciones pendencieras, sin actitudes violentas respecto a nadie. Sabremos ser responsables custodios del interés nacional en plena armonía con nuestros centenarios sentimientos de respeto fraterno hacia otros países. Somos capaces de preocuparnos legítimamente por todo lo que suceda en nuestro sureste hasta los confines de Panamá, Golfo de México y Caribe, a la vez que somos solidarios con nuestros vecinos y respetuosos de como gestionen sus problemas internos. La vida de esos pueblos hermanos no solamente se ha complicado si no que en perverso encadenamiento, sus conflictos se agudizan y engloban una creciente desestabilización.
En nuestra Rivera Maya el crimen internacional progresa. Centroamérica bulle: Guatemala en puertas de una conflictiva elección presidencial en junio con 20 precandidatos. Nicaragua con su lastimosa crisis de gobierno sin verse la urgente salida. Honduras que no soporta ya su pobreza y expulsa refugiados. El Salvador, con un gobierno recién electo que obra arrebatado, sin experiencia y se define pro EU.
Costa Rica resintiendo los efectos migratorios desde Ecuador y Panamá y los económicos originados por la descomposición de su entorno. Panamá, que además de conflictos de gobierno y migraciones ve cómo China y el crimen internacional adquieren de todo y ello con el ojo celoso de EU encima, pues el canal recientemente ampliado es cada día más estratégico.
En nuestra pantalla caribeña está Florida, nido de vesánicos enemigos de Cuba y Venezuela capaces de casarse con el diablo. Un estado decisorio electoralmente que los republicanos cuidarán a costa de lo que sea en beneficio de los comicios del 2020. Trump y el senador Marco Rubio rivalizarán en las primarias intentando ganar como sea el voto latino. Está Cuba manteniendo serenamente el equilibrio en sus transiciones internas y vigilando, siempre experta y profunda a la situación regional. Está Rusia con intereses muy claros en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Colombia discurriendo con sus problemas de narco y guerrilla, estrenando un gobierno pro Trump y a punto de emprender lo que sea contra Venezuela. Contra ella misma Bolsonaro espera sólo un guiño de Trump para agredir. Ecuador con un gobierno inestable, convertido en punto de tránsito de migrantes africanos y asiáticos y con ello toda manifestación de delito internacional. Está en el Caribe una decena de islas/estado que se deben a Cuba y a Venezuela y que en los foros multilaterales repetidamente han votado en contra del interés mexicano. No pocos de esos pequeños países se han tornado parajes propios del crimen trasnacional.
Debe aceptarse que la inestabilidad presente y previsible en la región existe afectándonos ya y más nos afectará mañana. La región es un caldero, esa es la realidad. Afecta y más afectará a nuestra política exterior bilateral con EU, con los países comentados y en foros multilaterales. Afecta nuestros intereses económicos y pone a prueba a nuestra frágil seguridad interior.
La situación es un jaque para México, ante Washington como con Venezuela, hecho que rebota en otras relaciones bilaterales europeas y latinoamericanas. Pone de cabeza a nuestra política migratoria, cuestiona a la de seguridad pública y mantiene abierta la pregunta ¿a cargo de quién está la frontera sur?
Lo real es que vivimos la gestación de un problema de grandes magnitudes producto del vulcanismo que sacude al mundo que debería ser analizada por el desvanecido Consejo de Seguridad Nacional, (que no Seguridad Pública). Con una perspectiva geopolítica este es el contexto potencial de nuestra situación cuyo análisis y gestión son de gran delicadeza. La preocupación oficial se advierte por la cautelosa mano del canciller.