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Ofrecen testimonios de la FES Cuautitlán

Advierten universitarias la persistente vulnerabilidad ante la violencia

En un caso, el protocolo de la UNAM es laxo y, en otro, el sistema judicial les resta importancia

 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de marzo de 2019, p. 11

En la mañana de un día cualquiera de clases, ella camina por los pasillos de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Cuautitlán de la UNAM y, correa en mano, a duras penas logra contener el ímpetu y la energía de su enorme y temible perro Tigrilla. Para desayunar en la cafetería lo deja atado a un árbol, pues de no hacerlo en un santiamén éste daría cuenta de todo, comestible o no. Más tarde, busca de nuevo dónde amarrarlo para entrar a su salón o a los laboratorios. Por la tarde o noche, al concluir su jornada académica en la carrera de Ingeniería, regresa a su pequeño cuarto rentado.

Una vez ahí, Sofía cena algo ligero y se aplica con el estudio y las tareas, mientras el can devora sus croquetas, juega un rato entre las cuatro paredes –o sea, destruye, desgarra, rasguña todo lo que esté a su alcance– y se echa a dormir.

Y todo será igual para ambos al día siguiente.

El deambular con Tigrilla no es sólo porque Sofía –de 22 años y proveniente de un estado del occidente del país– ame a los perros desde su infancia ni por el afán de llenar la ausencia de aquella otra mascota, con pedigrí y ganadora de campeonatos, que le aguarda en la casa paterna.

Un guardia personal

El chucho callejero es su escudo. Un blindaje para su condición de mujer joven, que vive sola y es vulnerable a los peligros de una ciudad –Cuautitlán Izcalli– ubicada entre las de mayor número de feminicidios en Estado de México.

De hecho, esa fue la condición impuesta por su padre para no llevarse de aquí a Sofía. Él y Tigrilla se caen mal porque en una ocasión que vino de visita se comió sus zapatos. ''Es difícil controlarlo, está muy loco; cuando caminamos, si no lo refreno parece que es él quien me lleva a mí. Pero es el único modo para evitar que me asalten o me agredan…''.

Sofía ya vivió la funesta experiencia de un asalto violento hace dos años, en otro cuarto que arrendaba.

Pero mientras esta joven encuentra cierta protección con el animal, Fátima, su amiga y compañera desde inicios de la carrera (no son, por supuesto sus nombres reales) no resolvió de la misma manera la experiencia traumática que ella vivió también, pero dentro de un laboratorio de la FES.

Su familia se aterró y le obligó a dejar la facultad –instalada en la zona suburbana del Valle de México– y hoy tramita cambiarse de carrera en otro campus de la propia UNAM.

Menuda, de apenas 19 años y, como Sofía, apasionada de las matemáticas, la física y el resto de ciencias exactas, Fátima no titubea: ''Estamos en absoluta vulnerabilidad. Esto no es un asunto de feminismo. La UNAM se encargó de poner una escuela hasta Cuautitlán Izcalli, pero nunca le ha importado realmente cómo llegamos, cómo nos vamos o vivimos sus estudiantes. No hay un sistema integral para la educación que nos dan. Sí, por presiones de la comunidad estudiantil, tenemos cuatro rutas de transporte preferente por los constantes asaltos en el pesero, pero nada más. Lo que nos pase afuera de las rejas de la FES, a nadie le importa'', lamenta la universitaria.

Estar... sentirse inermes

En noviembre de 2017, el hijo de la dueña de los cuartos donde Sofía rentaba trató de entrar por la fuerza a su habitación, mientras ella dormía. “Como no logró abrir, gritó mi nombre cuatro veces; después trató de brincarse por la ventana y estuve forcejeando con él (…) jaló mi brazo y me estampó contra la pared. Yo sólo lo aventaba…'', describió ella en su denuncia ante el ministerio público del Centro de Justicia para las Mujeres de Cuautitlán Izcalli.

En esa ocasión, Sofía se asustó mucho, pero no presentó querella por lo sucedido. Sólo encaró a la casera y, apoyada por varios de sus compañeros, dejó precipitadamente el cuarto y se mudó al otro extremo de la FES. Un año después, volvió a la zona porque así le convenía por la distancia para llegar a sus aulas. Pero a las pocas semanas, el mismo agresor la identificó en las inmediaciones del plantel, la siguió a lo largo de tres cuadras y en un semáforo la encaró y, amenazante, le dijo que ya sabía dónde estaba ahora. Y fue entonces cuando acudió a denunciar. Sin embargo, apenas narrados los hechos, a Sofía le dijeron las autoridades que no podrían hacer nada contra su atacante, porque “¡no me había violado! Y ya. Eso fue todo. Nunca atendieron mi demanda de que adoptaran medidas preventivas para garantizar mi integridad física'', señala decepcionada e impotente.

La historia de Fátima no es muy distinta, sólo que ocurrió dentro de las instalaciones universitarias. Relata que cuando rentó sola su propio cuarto al llegar a la universidad creyó que podría lucir sin problemas su gusto por la estética del ánime –todo lo relacionado con la animación japonesa–. Hoy, y tras el acoso y agresión sexual del profesor de Laboratorio de Electrónica Básica, Silverio Sánchez, la joven intenta sin embargo pasar desapercibida y sólo viste holgada ropa negra.

Un docente, su agresor

Refiere que a lo largo del curso y durante las prácticas, el docente buscaba cualquier pretexto para acercarse y tocar su cuerpo de manera accidental y le enviaba mensajes telefónicos insinuantes a los cuales ella nunca respondió. Fátima documentó esto en su denuncia contra Sánchez ante la Unidad Jurídica de la FES Cuautitlán el 6 de diciembre de 2017, la cual quedó asentada con la clave ACT/UJ/426/XII/2017.

Ahí narró que por una intervención quirúrgica urgente ella había acumulado dos faltas en esa materia y en apego a los manuales escolares solicitó una práctica de reposición. El académico accedió. Pero consciente de los acosos de éste, Fátima pidió a un compañero quepresentara también sus ejercicios el día fijado para ella y de ese modo no quedarse a solas con Sánchez.

Pero el maestro, al ver a ambos estudiantes y con el argumento de que el muchacho ya tenía acreditada la materia, lo echó del laboratorio y enseguida atrancó la puerta con una silla. Contó la estudiante que a lo largo de dos horas eternas, pasó el infierno de mantener a raya al profesor y, al mismo tiempo, realizar su práctica escolar.

Transcurrido ese tiempo, y cuando ya estaba por dejar el salón, Silverio Sánchez ''me tomó fuertemente de la mano y me jaló hacia su cuerpo, así que cuando sentí esa acción, moví la cara de lado por lo que el profesor Silverio Sánchez sólo me pudo dar un beso justo a un costado de mi boca'', según quedó asentado en la denuncia. En la entrevista, la estudiante recuerda el suceso, dice que como pudo huyó del laboratorio y añade que en los días siguientes el catedrático la siguió varias veces dentro de las instalaciones universitarias.

Y si bien reconoce el trato correcto de las autoridades cuando interpuso la denuncia, no logra superar, más allá del trauma, la indignación por el castigo impuesto al maestro: una semana de suspensión, pese a que estaban comprobados los hechos, pero es fue todo y se sintió revictimizada.