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“Jamás daría obra de Pablo O’Higgins a espacios privados”

María O’Higgins espera apoyos para preservar el acervo de su esposo; ‘‘en el extranjero lo comprarían a precio de oro, pero ese arte es México y para México’’, dice a La Jornada

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▲ María O’Higgins en su casa de Coyoacán, donde recibió a La Jornada.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 10 de marzo de 2019, p. 2

‘‘Es una maravilla estar a punto de cumplir 99 años”, dice una jovial María de Jesús de la Fuente Casas (Villa de Rayones, Nuevo León, 1920), conocida como María O’Higgins, abogada, pintora, promotora cultural y presidenta de la fundación que resguarda el legado de su esposo, el muralista mexicano de origen estadunidense Pablo O’Higgins (1904-1983).

Jesusita, como la llaman con cariño sus amistades, recibe a La Jornada en su casa de Coyoacán, la que diseñó con Pablo y en la que vive rodeada de los retratos que él le hizo.

‘‘Cuando cumplí 98 –narra– me senté en la cama y pensé: ‘¡es casi un siglo!, ¿qué he hecho y qué tengo que hacer, primero por mi país, luego por el mundo?’ Ha sido la primera vez que sentí la conciencia de ser, de estar.”

María O’Higgins continúa a la espera de apoyos para la preservación del vasto acervo artístico y documental de su esposo que aún conserva. Explica que algunas instancias privadas le han pedido obra del artista, ‘‘pero si no son instituciones oficiales, no me interesa darles nada, porque la obra de Pablo es México y para México”, sostiene con firmeza.

El muralista ‘‘siempre respetó y quiso a la gente de este país, los trabajadores primero”, añade. ‘‘Pablo, quien nació en Salt Lake City, Utah, Estados Unidos, llegó en los años 20 del siglo pasado y se encontró con una Ciudad de México enorme y hermosa. Como era pintor, sabía ver y todo lo impresionó. Le gustaba mucho caminar. Así conoció La Merced, adonde iba todos los días a hacer apuntes. Le gustaba que las personas no posaran, que no supieran que las retrataba.

¿Un museo para Pablo?

‘‘Pablo quiso ser un obrero más; agradecía que México lo hubiera recibido con simpatía y amor, sin trabas. Trabajó con Diego Rivera en Chapingo, donde conoció el mundo rural, vio cómo vivían los campesinos y cómo se entregaban al país; quiso ser campesino, saber de sus luchas y carencias, se hizo muy amigo de ellos.

‘‘A veces Diego y Pablo se quedaban a dormir en Chapingo, tomaban el tren que salía en San Lázaro a las 7 de la mañana y como se regresaba a las 4 de la tarde y ellos no terminaban, dormían allá, en petates. Siempre le preguntaba a Pablo: ‘oye, y Diego, tan gordo, cómo hace para levantarse del suelo?’”

María O’Higgins, quien entre 1962 y 1964 fue ayudante de Pablo en el mural que pintó en el Museo Nacional de Antropología, insiste en que su esposo siempre se ocupó del país, fue fundador del Taller de Gráfica Popular, con Leopoldo Méndez, y formó parte de las Misiones Culturales que desde la Secretaría de Educación Pública organizó José Vasconcelos entre 1928 y 1929.

‘‘Los mexicanos conocimos la historia de nuestro país a través de la pintura mural –detalla la abogada–, y los pintores resistieron las críticas; por ejemplo, cuestionaban a Diego porque pintaba a los niños con cara de adultos, y yo les respondía que eran niños con obligaciones. Los pequeños caminaban solos por caminos para llevar la comida a los hombres en la labor del campo.

‘‘Fue muy rica la pintura mural, ayudó mucho a tener conciencia del propio país. Todo eso está plasmado en el archivo de Pablo O’Higgins, ya catalogado. Hace poco doné algunos proyectos de pintura mural al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y unas litografías a la Universidad Autónoma de Nuevo León; jamás se los daría a una institución privada. En el extranjero compran la obra a precio de oro, pero con Pablo acordé que todo se quedaría en México porque si un día alguno de sus murales se daña, ¿de dónde se sacaría material e información para repararlo?

‘‘Pedí al INBAL que los proyectos tengan su sede en el Museo Mural Diego Rivera, pero aún tengo demasiada obra. Al Museo de la Ciudad de México le di una piedra litográfica y autoricé una edición para vender, pues estaban urgidos de dinero.

‘‘¿Un museo dedicado sólo a Pablo? ¡Sería muy bueno! Pero eso depende de las decisiones de quienes tendrían el poder de hacerlo.”

Siempre pendiente del acontecer mundial, María O’Higgins considera que en los recientes años ‘‘han ocurrido situaciones muy espantosas a escala internacional, pareciera que no hay esperanza, pero es lo que no quisiera perder, pues si no, ¿qué nos queda? Estaríamos sin un refugio, sin nada.

‘‘Por eso quiero pensar en lo que se hace bien. Soy optimista con este gobierno, creo que mejorarán las cosas porque, al menos, hay conciencia de lo que se necesita... y nosotros, ¿cómo pensamos colaborar?”