ay pocas satisfacciones mayores para un melómano que seguirle la pista a un músico admirado y encontrar en sus actuaciones, una y otra vez, confirmación fehaciente de su talento y su calidad. Es el caso del director de orquesta francés Sylvain Gasançon, quien desde que fue triunfador del Premio Internacional Eduardo Mata de Dirección de Orquesta en 2005 ha regresado en numerosas ocasiones a México como huésped de nuestras orquestas más importantes, ofreciendo invariablemente actuaciones admirables y, de manera particular, memorables.
Sylvain Gasançon no es un director de imponente presencia en el podio, no trata de lucir el falso carisma con el que se manejan tantas y tantos directores de nivel menor, no es una figura mediática, no baila ni hace acrobacia en el podio. Sencillamente, es un director de orquesta con mucha música por dentro y con muchas herramientas para proyectarla, tanto hacia las orquestas como hacia los públicos. No se me ocurre una mejor expresión que afirmar que Gasançon es un director dotado de un magnetismo singular, y que viene desde muy adentro. Concentración, gestualidad mesurada, preparación rigurosa, atención al detalle, son sus cualidades sobresalientes; a ello hay que añadir que dirige sin batuta, lo que da a su mano derecha una cuota extra de control, expresividad y matices.
La prueba más reciente de todo ello, su presentación del pasado fin de semana con la Orquesta Sinfónica Nacional.
De inicio, Sylvain Gasançon dirigió la Obertura-fantasía Romeo y Julieta de Chaikovski con numerosos aciertos; entre ellos, un énfasis particular en las pausas, los silencios y los cambios súbitos de dinámica y estado de ánimo. Y sí, también, permitiendo y animando a la orquesta a derramar la indispensable dosis de melcocha eslava que esta obra requiere, tanto por su contenido estrictamente sonoro como por sus asociaciones literarias de amor truncado.
Después, el director huésped dirigió la segunda ejecución del Concierto para violín de Marcela Rodríguez (obrade estreno), con Miranda Cuckson como solista. Además de lograr un balance sonoro que siempre se agradece en estos casos, Sylvain Gasançon transitó con éxito por los pasajes de alta complejidad rítmica que la compositora propone a lo largo de su obra, prueba contundente de una partitura bien estudiada y bien preparada.
La prueba culminante de sus poderes y capacidades fue su interpretación de esa joya del repertorio que es la Segunda Sinfonía de Jean Sibelius. Es mucho lo que podría decirse sobre la versión de Gasançon a esta potente y compleja obra, pero basta con mencionar dos detalles puntuales.
En primer lugar, su armado experto del primer movimiento de la sinfonía, que es una especie de collage (patchwork quilt sería un buen término inglés para describirlo) que en sus primeras páginas parece un tiradero de temas y motivos aparentemente inconexos, pero que poco a poco se van armando y reconfigurando para dar sentido estructural a la pieza. En manos menos expertas, este movimiento se puede caer, literalmente, a pedazos, pero Sylvain Gasançon guió con paciencia y claridad el peculiar desarrollo formal propuesto por el compositor para llegar con lógica impecable al clímax delmovimiento y proceder, con igualeficacia, al desarmado reversible que conduce a un final casi idéntico alinicio.
En segundo lugar, fue evidente que el director francés entiende cabalmente la dimensión justa de esa emotiva y heroica declamación con que concluye la Segunda de Sibelius, la cual condujo con un tempo amplio y pausado, con los acentos dinámicos puestos en su lugar y en un espíritu romántico plenamente asumido. Hay pocas cosas más tristes que escuchar esta hermosa coda dirigida sin respiro por batutas apresuradas e incontinentes; las manos de Gasançon, por el contrario, le dieron el caudaloso perfil expresivo que se merece.
Sin duda, en Sylvain Gasançon el director es posible percibir a Sylvain Gasançon el humanista interesado en las letras, la historia de la música y los asuntos sociales que importan.