esde hace algún tiempo, un nuevo fenómeno ha invadido la sociedad a tal punto que los medios de comunicación no cesan de referirse a él. Se habla cada vez más de la proliferación de una multitud de animales extraños y sin duda monstruosos nombrados con una palabra extraída en forma directa del vocabulario de Gringolandia, lo cual le da el aspecto de creaturas fantásticas o de gadget al último grito de la moda: las fake news. No, no se trata de animales, pues este doble término significa simplemente falsas noticias
, pero hablar de ellas en inglés proveniente de Estados Unidos les da una resonancia de un descubrimiento moderno. El mundo actual se hallaría invadido por las fake news, en la radio, la televisión, la prensa escrita y, sobre todo, en los instrumentos de comunicación más utilizados en la actualidad, es decir, las redes sociales, donde cada uno puede escribir lo que se le antoje, difundir mensajes personales destinados al mundo entero, y realizar este trabajo solitario protegido, si así se desea, por el anonimato.
Es indiscutible que existen las falsas noticias. Sin embargo, muchas cuestiones puede plantearse de manera legítima. En primer lugar, ¿este fenómeno es realmente nuevo? ¿Acaso la Historia no se ha desarrollado en el curso de los siglos con la propagación de falsas noticias cuando sirven a los intereses de quienes las divulgan? Podrían citarse muchos ejemplos. El uso de la mentira es quizá tan antiguo como la aparición de la palabra, privilegio que tanto enorgullece a la especie humana. Esopo ilustró con finura esta superioridad paradójica cuando sirvió a su amo, quien había tenido la veleidad de pedirle que le preparase, a su turno, el mejor y el peor de los platos, una comida compuesta de alimentos escogidos por él. El genial fabulista se limitó a servirle dos veces el mismo plato de lengua. Elegante manera de responder a su amo indicándole, mediante este mensaje tan claro como irónico, que nuestra lengua es la mejor y la peor de las cosas.
Una segunda observación se impone. Quienes denuncian las fake news con mayor virulencia dejan suponer que, si reprueban las falsas noticias, es porque poseen las verdaderas. Pretenderse propietario de la verdad es también una constante de la Historia. Cuando Galileo afirma que la Tierra es redonda y da vueltas, el tribunal de la Inquisición lo acusa de querer propagar una falsa noticia, lo cual ameritaba en la época nada menos que ser quemado en una hoguera. Por fortuna, los ejemplos no son todos tan trágicos. Puede aún recordarse en Saint-Germain-des-Prés al vendedor de periódicos que se hizo famoso por sus entradas al restaurante Lipp’s con el paquete de diarios vespertinos que debía vender, gritando: ¡Ultimas noticias! ¡El Papa se casó! ¡La reina de Inglaterra nada en bikini en el Támesis! ¡El Presidente murió de indigestión!
Los clientes reían y le compraban el diario. Pero, a la manera de Esopo, este astuto voceador enviaba su propio mensaje: las noticias que grito son evidentemente falsas, lo sabemos todos, no tiene otro objeto que llamar la atención, hacer reír y estimular las ventas. Pero, ¿quién podría jurar que las impresas en el periódico que vendo son más verdaderas?
Este vendedor no se pretendía filósofo ni politólogo, no tenía más ambición que la de ganar su pan vendiendo su mercancía y hacer reír si esto lo ayudaba. Conseguía desfruncir el ceño de la clientela de severos políticos parroquianos de este célebre restaurante, pues tenía el talento de los verdaderos golfillos parisienses, el genio de los poulbots (vaguitos de Montmartre), quienes no tienen miedo de la lengua ni de los dobles sentidos, poseen el don de la guasa, y lanzan, a la manera de los niños o de los granujas, las palabras más imprevisibles para indignar padres o adultos serios. La risa, lo propio del hombre según Rabelais, ¿sería tan antigua como el lenguaje hecho de mentira y verdad en la Historia de la especie humana?