e podrá decir cualquier cosa del cineasta griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973), menos que su cine es aburrido. Por el contrario, suspelículas exigen del espectador un grado superior de atención y concentración, debido fundamentalmente a las complicaciones de sus tramas. De hecho, hay numerosos momentos en el cine de Lanthimos en los que esas complicaciones comienzan a sentirse forzadas y gratuitas, y uno empieza a preguntarse si el realizador está pecando de ‘‘ingeniosito”.
Si bien las primeras películas del periodo griego de Lanthimos no se han visto mucho por estos rumbos, sus tres filmes más recientes le han creado ya una audiencia fiel y comprometida: La langosta (2015), El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) y La favorita (2018). Esta última es, curiosamente, la más ortodoxa de sus películas recientes, y es la que más notoriedad ha adquirido, entre otras cosas por sus 10 nominaciones a los Óscares de la Academia en su emisión 2019, incluyendo las dos categorías más importantes.
Quizá el problema principal que enfrenta Lanthimos en La favorita es que, apenas vistas las primeras imágenes del filme, el buen cinéfilo empieza de inmediato a urdir comparaciones de todo tipo con Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975). Tales comparaciones toman cuerpo desde las primeras imágenes de la película del cineasta griego, en las que numerosos gestos iconográficos particulares remiten de inmediato al filme de Kubrick. Por ejemplo, el buen cinéfilo no puede menos que poner frente a frente el trabajo fotográfico de Robbie Ryan en La favorita y el de John Alcott en Barry Lyndon. Espléndidos trabajos, ambos, y de estilos muy diferentes; Alcott obtuvo el Óscar respectivo y Ryan está nominado. El otro problema de Lanthimos radica en que el buen cinéfilo tiene, además de ojos analíticos, oídos atentos, y muy pronto comienza a darse cuenta de una serie de coincidencias sonoras que no dejan muy bien parado al cineasta ateniense.
Básicamente, el asunto es que si bien contiene algunas interpolaciones de música moderna y contemporánea (Shostakovich, Messiaen, Arnalds, Richter), el soundtrack de La favorita está anclado en un buen número de piezas de música barroca. Hasta ahí, todo va bien. El problema, y no es un problema menor, es que habiendo tantísima buena música del siglo XVIII, Lanthimos ha optado por incluir en su banda sonora a tres compositores barrocos (Bach, Händel, Vivaldi) que no solamente están presentes en Barry Lyndon, sino que además tienen ahí un rol narrativo de capital importancia.
Baste recordar, en particular, el magistral uso que Kubrick hizo de la famosa Sarabanda de Händel que, en inteligentes y expresivos arreglos de Leonard Rosenman, es el leitmotiv principal del soundtrack, poderosamente asociado con ambas acepciones del concepto del duelo, el duelo como luto y el duelo como enfrentamiento a pistoletazos.
Cabría preguntarse retóricamente si el cineasta griego eligió usar a Bach, Händel y Vivaldi por la calidad indiscutible de su música, por el hecho de que son la crema y nata del barroco musical, o por simple falta de imaginación (o de un buen asesor musical), o si intentó hacer un homenaje sonoro al gran filme de Kubrick. Porque resulta que el asunto no para ahí. El otro leitmotiv destacado de la pista sonora de Barry Lyndon es el Andante con moto del Trío Op. 100 de Schubert… compositor cuya música también se escucha en La favorita.
En Kubrick, esa música de enorme alcance emocional es utilizada para abrir y cerrar elegantemente un arco narrativo: suena cuando Redmond Barry se gana a Lady Honoria Lyndon, y vuelve a sonar cuando la pierde a ella junto con todo lo demás.
En suma: el soundtrack de La favorita no es malo, ni mucho menos. Sencillamente, las referencias a su ilustre antecesora son abrumadoramente claras, por lo que el espectador informado no puede sustraerse a las similitudes musicales evidentes. Otro detalle ‘‘ingeniosito” en el filme de Lanthimos: sus créditos prácticamente ilegibles, en el clásico estilo llamado ‘‘que se jodan todos”.