Sábado 23 de febrero de 2019, p. 6
Tuvieron que pasar 31 años y un día para que Nacha Pop volviera a México.
De los 50 mil asistentes a la Plaza México hace más de tres décadas, en uno de los primeros conciertos masivos de la nueva era, el de la noche del jueves fue algo íntimo en el teatro Metropólitan, con la convocatoria de la fuerza nostálgica para quienes entonces querían hacer su propia movida en este país, ya sin la décima esencia del poeta y compositor Antonio Vega.
La noche en la zona de la Alameda capitalina atrae a exclusivos amantes del rock y pop del ahora sexteto que lidera Nacho García Vega, que promete un repaso por la banda sonora de la juventud que no se ciñó a lo que la radio comercial de entonces programaba. El efecto es inmediato, como su disco reciente, cuyo material quedó pendiente antes de la partida de Toño y que hoy se sintoniza en directo.
Cabezas pelonas, algunas matas simbólicas que engañan bajo una gorra, pancitas, panzotas, canas, bastones y otros rasgos distintivos de lo que queda de la Generación X son muestra de que hay mucho en común detrás de la música, pero también asistieron mozalbetes cuyos papás se encargaron de criarlos bien musicalmente y cantaron bastantes de la veintena de canciones que los españoles tocaron.
Las 20:48, levántate y vístete. Arranca fuerte con una de las primeras joyas que suena potente, como en los 80, un saxofón que marca la pauta con elegancia y el decorado visual que es una constante con los relojes simbólicos ante el retroceder de las manecillas que remontan a las tenisadas de la preparatoria. Nacho saluda a sus contemporáneos y recuerda también que fue hace seis lustros cuando tocaron quizás en su más multitudinario concierto; muchas cosas cambiaron, pero las letras llevan a las raíces de La movida para quienes llenaron el vetusto inmueble de la calle Independencia.
Se suceden una serie de clásicos desempolvados de los vinilos, esos viejos discos que ahora cuestan lo que cualquier codiciado objeto de colección y que un intrépido se atrevió a presumir en las primeras filas, el Nacha Pop 80-88, grabado en vivo en el cierre de su primera etapa para hacer patente que se presentaron los fanáticos de hueso colorado.
Antonio Vega, presente
Para muchos es natural transmitir en vivo por alguna plataforma, pero la mayoría disfruta el concierto, cierra los ojos y se deja llevar por el tic tac que acompaña la presentación. La nostalgia es rebasada por una fiesta ochentera en que las butacas sólo sirvieron para los que acudieron a fuerza y a quienes las piernas exigen descanso, pues la gente no se sentó ni en las calmaditas como Asustado estoy, pues la invitada a cantarla fue lo que menos valió la pena de la noche.
Cada interpretación desgrana aplausos, incluso las del reciente disco suenan frescas con la modernidad del karaoke y, según el mismo Nacho García Vega, llevan el toque de su primo ausente desde hace ya una década.
Llega el primer momento cumbre con Una décima de segundo. Los acordes del órgano sirven de fondo para un improvisado que lanza un ¡viva!
al compositor, poeta mal dito que nos dejó huérfanos. Sobre él, su primo cuenta que improvisó el solo de guitarra de Hazme el favor un par de semanas antes de irse.
El reloj imaginario se estaciona en el más grande éxito de la agrupación, y cuando cambian por guitarra acústica y pandero invitado, todos saben cuál sigue y cómo se canta: el aire se convierte en gas natural y hasta los que estaban sentados deciden participar en el himno. La banda no deja que la gente se enjugue las lágrimas cuando la ponen bailar de nuevo con Persiguiendo sombras y de corrido la que se considera mejor canción del pop español: La chica de ayer, que se quedó, la niña que juega con las flores en el jardín y que hasta la fecha no sale de la cabeza que da vueltas para perseguirla.
Se despiden un par de veces y vuelven con otra rola representativa, Lágrimas al suelo, esa triste canción sobre los cirqueros cuya vida es ahora más solitaria sin los leones que tenía el domador, para después hacer homenaje a Elton John con el Rock del cocodrilo, y en otro encore pronosticado vuelve Lucha de gigantes. Algunos cierran los ojos y abren los brazos como en un ritual religioso. Se acaba la noche y la espera de tantos años valió la pena cuando las manecillas indican que es hora de irse; los jóvenes se ven contentos, enteros, y sus papás satisfechos, pero cansados. Después del concierto hay que llegar a desordenar la habitación.
El grupo tendrá dos conciertos más el fin de semana en Guadalajara y promete regresar al país en mayo.