a plaza México solo gusta del toreo lento no necesariamente con temple. El arrastrar la muleta por el ruedo desde aquí hasta allá. Las corridas son también inacabables incluidos los toritos de regalo. La plaza México y sus gustos, diferentes del resto de las plazas del mundo.
La tarde de ayer Antorio Ferrera realizó una faena muy larga a un toro de Villa Carmela que empezó incierto y acabo entregado a su muleta. Al que escribe no le gustó tanto su toreo acharamuscado confrontado con el toreo que realizaba vertical que fue un regalo a los aficionados.
El toreo de Ferrera se hacía interminable, se dormía, pasaba el tiempo y se tornó sintónico con la depresión mexicana y hablaba de un carácter traumático en lo sicológico. El toro y el torero se hicieron uno en el toreo ahuevonado, máscaras de una profunda tristeza que nos inunda. El toreo que gusta en México es el triste bañado con abundante cerveza.
Toreo estallante de la más clara de las cervezas, eco de llantos, en que la magia torera lleva a la irrealidad de la desnudez; suave, quedo, quedito allí donde la sexualidad termina con capotes y muletas cansados. En esta plaza que la semana entrante vivirá un aniversario más sin que aparezca la chicuelina martinista que decía no, siendo sí.
Habrá que agregar el espectacular puyazo del picador del torero Antonio Ferrera al toro de Villa Carmela que se fue de largo y provocó una espectacular suerte de varas que levantó al público de sus asientos. Arturo Saldívar y Diego Silveti no acabaron de comprender a los difíciles e inciertos pero emotivos toros de Villa Carmela que tenían el don de la fijeza.