ctavio García, El Payo, dio una media verónica rematada debajo de la cadera que revivió la fama capotera de los toreros mexicanos. Esa media verónica la viví como el proyecto del torero por prolongar el ser, el molde del alma.

Bella y suprema forma donde la fugacidad del instante se unió al anhelo de intensidad, alargando el tiempo interno; sólo intuición de la poesía torera. Esfuerzo del torero cosido a puñaladas por infundir alma al dominio de los toros, representantes de las fuerzas brutas de la naturaleza incontrolables.

El Payo transmutador, milagroso, adquirió en su encuentro con el segundo toro –el único de calidad en una corrida mansa y descastada hasta decir basta– atributo de eternidad.

Media verónica que fue la corrida. Después venga la pachanga, toros descastados y po-co de toreo. El Payo, ansia de toreo, desdeña la veleidosa popularidad y lo teatral y torea en verso, grave, litúrgico, mito sombrío, pesadilla de la imaginación que atrae y repele a la vez. En él, el instinto conduce al toro a fatal destino reproducido en él mismo. Díganlo si no las dos cornadas en dos corridas en esta temporada.

Mientras la Luna iniciaba su rubor rojo, empezaba la pachanguita de los toros de regalo y el frío en la plaza y los ancianos, como el que escribe, pasaron a retirarse a tomar su aspirina y coñac y tecito de hierbabuena. Si algo interesante sucede, será mi comentario en la siguiente entrega torera.