De buena fe
n lecturas formadoras de mi adolescencia aprendí y comprendí el concepto de mala fe, ilustrado múltiples veces en la obra de la autora francesa Simone de Beauvoir y en la de sus contemporáneos. Sabía que en México esta expresión carecía de peso y contenido, acaso por la falta de fe de nuestro pueblo, hasta que recientemente comprendí que la expresión mala leche da cuenta, de manera menos elegante pero más reveladora, de las emociones que alberga la gente sin fe y que tuvo una mala madre, lo que explicaría su tendencia a hacer daño de la manera que más se le facilite.
Esto viene a cuento por las benditas redes que llevan mi estado emocional de una empatía tranquilizadora, donde encuentro buena fe crítica, a una ira irreprimible ante las sartas de comentarios de mala fe, cuya falta de sustento argumental apenas disfraza su verdadera finalidad: aplastar, destruir, convertir en lo opuesto a quien o quienes vehiculan cualquier bondad.
La falta a la verdad o las semiverdades tergiversadas que proliferan desde hace meses en las redes, la radio y televisión, o medios impresos, ya no tienen pudor y exhiben su mala leche de nacimiento o una comprada por intereses de quienes la traen en los genes.
Como sea, este panorama informativo afecta mi salud emocional y apagué los medios donde opinadores disfrazados de críticos independientes no me pueden engañar, porque no sólo me informo en fuentes fuera de toda sospecha, sino que frecuento personas de buena fe: intelectuales, trabajadores, estudiantes, campesinos, mujeres… Gente de buena leche mexicana.
Esto viene a cuento porque hay confrontación de ideas sin mala fe, como la opinión de un amable lector de esta columna, quien me escribió sobre mi propuesta reiterativa de fundar la primera escuela técnica-universitaria de alimentación pública (ETUAP) en el mundo, opinando que es una exageración no merecida por las cocinas, cuyo lugar está entre las generaciones de mujeres de su casa.
Con todo respeto, pienso que este comentario surge solamente de una mala información, con atavismo de género y falta de reflexión, lo que justamente quisiéramos comenzar a remediar con el ETUAP.
Que desde chicos los grandes sepan que lo humano se construyó en y durante la práctica de una alimentación que fue cada vez más distinta de la de los animales, para que puedan a su vez formar nuevas generaciones sobre el principio de que la alimentación es la vida misma y que, al haberla reducido a un problema económico del neoliberalismo, contribuimos a mantener las terribles consecuencias de no haber considerado antes este tema como algo serio y multidimensional: histórico-ético-cultural-científico-tecnológico y filosófico. Tal como lo experimentaron antepasados libres y sanos.