ivimos una época urgida de reordenamientos fundamentales al incumplir la promesa de mejorar el bienestar de las poblaciones y acercar la justicia económica a los principios de la democracia. En ambos terrenos, la tarea nacional parece singularmente ardua, a lo que se suma el difícil encarrilamiento simultáneo del nuevo gobierno.
En lo externo ocurren desgarramientos que nos pudiesen resultar calamitosos. Estados Unidos, hasta hace poco líder y hegemón del liberalismo o del neoliberalismo, comienza a renunciar a esa función, poniendo en jaque la base misma de la integración y la prosperidad económicas del mundo. Eso, junto a la renegociación del TLCAN, la contienda comercial con EU-China, el Brexit, la parálisis de la integración europea, la desigualdad rampante en cualquier latitud y el ocaso de las estrategias exportadoras, configuran un panorama mundial incierto, proclive a caer en crisis que ya anticipan las proyecciones del crecimiento mundial.
Habrá que aprender que la competencia no es suficiente y puede ser distributivamente dañina. Se necesita, y mucho, de la cooperación y la generosidad universales unidas a la ayuda a las naciones más débiles. México, con una estrategia exportadora que no empuja el producto interno, con una concentración comercial mayúscula hacia Estados Unidos y con déficit externos incurables, parece especialmente vulnerable ante alteraciones del orden económico internacional.
En lo interno, penosamente parece arrancar el necesario remplazo o cuasi remplazo de élites políticas desgastadas ante los fracasos de imprimir vigor al desarrollo con mediana justicia económica, evitar la fragmentación política, la derrota aplastante de los viejos partidos y el fracaso de estrategias calcadas del exterior.
Debido a la renuncia manifiesta a concebir y emprender iniciativas vernáculas de responsabilidad nacional, hemos seguido dócilmente el poscolonialismo y acumulado desequilibrios como los siguientes: abrazar un modelo de crecimiento hacia afuera, sin política industrial ni reconversión productiva; aceptar la libre movilidad de bienes y capitales con desajustes crónicos de pagos; suscribir a ultranza la estabilidad al hacer independiente al banco central para cuidar de los precios, aun con sacrificio del empleo; quitar o suprimir funciones desarrollistas a la banca estatal para concentrarla en mitigar contingencias de la banca comercial; comprimir –casi hasta la desaparición– la inversión pública pensando que el capital privado se ocuparía con ventaja hasta de la infraestructura nacional; mantener impuestos excepcionalmente reducidos y abusar de transferencias petroleras para completar el gasto público; permitir el deterioro de la participación de sueldos y salarios en el producto, hasta configurar una economía singularmente desigual. Esos y otros muchos desacomodos surgen del vacío de políticas propias que mucho tienen que ver con el magro desarrollo, la injusticia social, la inseguridad y la criminalidad que nos ahogan.
Corregir, anticipar, quitar virulencia a esos malestares graves cualquiera que sea su origen, configura la compleja tarea del nuevo gobierno y de la sociedad mexicana toda. El caso del huachicol ejemplifica los tropiezos de desarmar para bien cadenas delincuenciales sin causar pesados daños asociados. En definitiva, con buena fortuna y con enorme paciencia social habrá que configurar un complejo, atrevido, entramado de conductas menos individualistas y más colectivas para rebasar los atolladeros del presente. ¿Seremos capaces de persistir en lograrlo? Recuérdese aquí, que los países no mueren, aunque a veces tarden en encontrar el camino.
* Palabras del ex secretario de Hacienda (1977-1982) en su 89 aniversario, celebrado el martes.