El diccionario
a vida de la bibliotecaria española María Moliner hubiera sido tan anodina como la de cualquiera otra mujer sencilla de su tiempo a no ser porque, con un tesón infinito, una voluntad de acero, una disciplina férrea y un trabajo casi increíble que ocupó los más y mejores años de su vida, se dedicó a realizar, en palabras de García Márquez, “una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del español; tiene dos tomos de casi tres mil páginas en total que pesan tres kilos”.
Una hazaña, sin duda, sobre todo considerando que, como afirma el Nobel, no fue un trabajo colectivo sino unipersonal. Lo hizo en su casa, no en ninguna institución u oficina destinada a este tipo de menesteres, y teniendo como única herramienta para escribir una vieja Olivetti y, además, en las pocas horas que le dejaba su trabajo remunerado y el cuidado de su familia compuesta por su esposo y tres hijos.
No obstante todos estos inconvenientes, la monumental obra vio, después de más de 14 años de trabajo, su primera edición en 1966, 15 años antes de la muerte de su autora, ocurrida en 1981.
Aparte de la proeza, sencilla y hasta gris en su cotidianidad, la vida de María Moliner es tomada por su paisano Manuel Calzada en su obra El Diccionario que, para abrir su año de actividades, restrenó la Compañía Nacional de Teatro en su sala Héctor Mendoza, en Francisco Sosa 159, en la alcaldía de Coyoacán.
Esa vida sencilla, sin embargo, es presentada de manera tan hábil por Calzada, que aquello se vuelve un continuo disfrute a lo largo de toda la presentación en la que, además de la rutina cotidiana, vamos conociendo su entorno, el ascenso del fascismo al poder con Franco a la cabeza, la noche de profunda oscuridad que significó su largo reinado de 36 años, no obstante lo cual, María y su esposo, el también intelectual Fernando Ramón Ferrando, deciden permanecer en España, y el paulatino declive de la diccionarista que muere sufriendo una demencia senil total.
A la estupenda factura de lo escrito se aúna la magnífica puesta en escena en la que el trabajo actoral juega un papel fundamental que es desplegado en forma verdaderamente elogiable por todos los participantes. La vida diaria cobra así una dimensión superior y alcanza la categoría mayor de arte.
Ya no es, entonces, solo el intrascendente hecho de hablar de coser calcetines, tarea que, como buena ama de casa de entonces, cumple María con agrado; de las pocas discusiones con el marido, o de las necesarias y cada vez más frecuentes visitas al médico, sino del hecho de colocar ante nuestros ojos la posibilidad real de convertir una acción vanal en algo superior, y develar no solo ante la vista sino frente a todos los sentidos una existencia excepcional capaz de realizar la tarea de elaborar el diccionario de uso del español más completo que se conozca en condiciones que cualquiera otro hubiera considerado imposibles.
Imprescindible, entre aplausos, mencionar a todos los participantes, de acuerdo con el orden en que aparecen el en programa de mano: Eduardo Candás, Israel Islas, Luis Huertas, Óscar Narvaez, Antonio Rojas y Roberto Sosa. Igualmente al director, Enrique Singer y a su equipo técnico: Auda Caraza, Atenea Chávez, Víctor Zapatero, Estela Fagoaga, Antonio Fernández, Maricela Estrada y Paloma de la Riva.
El Diccionario, de jueves a domingo; entrada libre, sólo hay que llegar temprano.