l 13 de diciembre pasado hubo de corregirse un error legal sobre la autonomía universitaria. El 18, se corrigió otro error, esta vez sobre el presupuesto de las instituciones de educación superior (IES). Fue acaso un momento cima del sentimiento difuso pero real, en las universidades, de percibir al presidente Andrés Manuel López Obrador poco sensible o lejano a la vida universitaria. El gobierno parece tener sus motivos y sus recelos, respecto al uso de los recursos en las IES. Algunas fueron involucradas en actos de corrupción y debieran fincarse responsabilidades en los ilícitos cometidos. Debe, asimismo, exigirse una gestión estricta de los recursos, que son de la nación. Pero las IES esperan también ser comprendidas cabalmente en su tarea: lo urgente –atender a los excluidos de siempre–, no puede estar en contra de lo más importante para el conjunto de la nación.
La percepción de baja sensibilidad o lejanía ocurre, más específicamente, respecto al impulso real que el nuevo gobierno dará a la tarea universitaria: el saber científico en general y el desarrollo tecnológico. La investigación y la formación de profesionales. Las IES, al tiempo que entregan cuentas del uso de sus recursos, debieran también dar amplia difusión a los resultados de su gestión: formación de profesionales e investigación, principalmente.
No es México la excepción: ahí donde los recursos son más limitados, como en los países no desarrollados, las tareas de investigación y docencia universitarias, cuyos resultados no pueden estar inmediatamente vinculados a resultados prácticos visibles, suelen ser castigadas o relegadas, muy erróneamente, a un lugar más que secundario. Exactamente lo contrario sería lo imperioso, si se quiere apuntalar crecientemente el desarrollo nacional. No existe ningún país desarrollado que no haya dado, mediante una planeación inteligente, un vigoroso impulso a la ciencia y la tecnología. Y a la luz de sus resultados de desarrollo, continúan dando ese impulso: saben de la multiplicación de sus beneficios.
Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil.
Eso dijo John F. Kennedy el 12 de septiembre de 1962 en la Rice University. El gobierno no escatimó recursos y el propósito fue alcanzado en julio de 1969. Pero debe subrayarse acentuadamente: mucho más importante que poner un pie en la Luna, fue la cauda de innovaciones científicas y tecnológicas, de beneficio general a la humanidad, que el continuado programa espacial ha traído consigo. Miles y miles de ellas.
Apunto unas pocas. Se mide la temperatura de una estrella mediante el infrarrojo: con ese sistema fue creado el primer termómetro aural; después el infrarrojo aunado a la tecnología digital dio lugar a un sinfín de tipos de termómetros. Vuelos de gran altura, durante varios días, exige una fuente de energía eficiente, con peso mínimo: fueron creadas las células solares de silicio; hoy se usan en placas convencionales para generar energía eléctrica. El brazo robótico espacial dio paso a las nuevas prótesis para seres humanos, capaces de simular un miembro funcional humano.
Al primer traje espacial, usado por Yuri Gagarin, no le faltó el oxígeno y era altamente resistente al fuego; fue el precursor de los que usan los bomberos de las grandes ciudades: permiten a los humanos penetrar en los incendios. El Nastran, siglas de NASA Structural Analysis Program, es un software creado para analizar el estrés
, la vibración y las propiedades acústicas de las estructuras y partes de las naves espaciales, después fueron creadas para las aeronaves comunes, posteriormente fueron creados los prototipos que utilizan los vehículos de uso común en humanos.
Los alimentos deshidratados son algo bastante habitual. La investigación espacial produjo la desecación en frío de los alimentos, de modo de obtener comida con peso 80 por ciento menor que en su estado original, conservando 98 por ciento de sus nutrientes; esta tecnología fue adoptada de manera industrial para uso doméstico.
Las naves enviadas a cientos de miles de kilómetros requieren sistemas de comunicación ultrapotentes, sobre todo teniendo en cuenta el necesario volumen de datos a transmitir (comunicación por texto o radio, imágenes, videos). La creación del Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) permitió transmitir unos 460 GB de información al día a una velocidad de 100 MB por segundo. Esto es hoy algo absolutamente común para todos y muy superior al LRO. Claro: no todo es miel en el mundo tecnológico.
El saber científico básico existía mucho antes que unos saberes de ciencia aplicada y de desarrollos tecnológicos como los apuntados. Pero sin el primero, nada hubiera sido posible. Así funciona el conocimiento en general: fundamentos de las disciplinas, aplicaciones específicas, desarrollos técnicos en su caso. Toda esa cadena en movimiento es indispensable; misma que forma a los nuevos profesionales en todas las disciplinas.