Viernes 7 de diciembre de 2018, p. 2
París. Al derretirse, los suelos fríos del permafrost amenazan con dejar escapar virus olvidados y miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero que encierran desde hace miles de años, lo que podría acelerar el cambio climático.
El permafrost son los suelos que están congelados todo el año y que cubren 25 por ciento de la superficie terrestre del hemisferio norte, sobre todo en Rusia, Canadá y Alaska. Pueden estar compuestos de pequeñísimos fragmentos de hielo o de grandes masas y su espesor puede ser de unos metros a varios cientos.
Encierran alrededor de 1.7 billones de toneladas de carbono, es decir, cerca del doble del dióxido de carbono (CO2) presente en la atmósfera.
Con el aumento de las temperaturas, el permafrost se calienta y empieza a derretirse, liberando progresivamente los gases que tenía neutralizados. El fenómeno, según los científicos, debería acelerarse.
El deshielo del permafrost ya pone en un brete el objetivo, anunciado por el Acuerdo de París, de limitar el calentamiento global a menos de +1.5 grados Celsius respecto de la era preindustrial, según un estudio publicado en septiembre.
Los científicos describían un círculo vicioso: los gases emitidos por el permafrost aceleran el calentamiento, que acelera el derretimiento del permafrost.
Para 2100, este último podría, según el escenario menos malo, disminuir 30 por ciento y liberar hasta 160 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero, alertó en 2015 la investigadora Susan Natali, del Woods Hole Research Center.
Además de sus efectos climáticos, el deshielo de esa capa, que alberga bacterias y virus a veces olvidados, representa también una amenaza sanitaria.