Domingo 2 de diciembre de 2018, p. a12
El cómic Chanoc, pilar en el país de ese arte gráfico, que durante más de cinco décadas fue ilustrado por el dibujante Ángel Mora (1925-2017), ahora se incluye en una edición de colección, lanzada por el sello Porrúa. Es un primer tomo e incluye 10 episodios: ocho clásicos y dos inéditos, que el maestro editó semanas antes de fallecer. Con autorización de la editorial, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento del prólogo de Chanoc: aventuras de mar y selva
En 1989 mi única certeza era que quería convertirme en historietista Un buen día la vida y sus matemáticas perfectas me llevaron alCafé Pinky, una cafetería en la esquina de Cuauhtémoc y Miguel Laurent,justo frente a las oficinas que Editorial Vid –coloso durante varias décadas– ocupaba en aquellos años.
Ahí se juntaban los lunes dibujantes y guionistas del viejo medio editorial para tomar café. El grupo era conocido como ‘‘La hermandad de los historietistas’’, y estaba organizado por Antonio Gutiérrez, grafista de Lágrimas y Risas.
‘‘Habíame de tú, mano’’, solían decirnos a los jóvenes que caíamos en aquellas reuniones. Para un niño burgués como yo, educado con los álbumes europeos de Astérix o Mortadelo y Filemón, por un lado, y las traducciones de cómics gringos de Editorial Novaro por otro, la historieta popular mexicana era un universo poco explorado. A la distancia lamento no haber sido lector de estos autores. Hubiera aquilatado la estatura de los titanes de la cultura popular,con quienes me sentaba a platicarinformalmente.
Un año antes, el Museo de Culturas Populares, en Coyoacán, había montado una magna exposición dedicada alcómic nacional. Apenas conocía algunos títulos de los pocos dedicados al público infantil, como Aventuras de Capulina, Zor y los Invencibles, sin que faltara,desde luego, aquella obra maestra:Los Supersabios. El resto estaba prohibido en mi casa porque los consideraban ‘‘para grandes’’. Hablo, entre otros, de Lágrimas y Risas. Memín Pinguín y Chanoc.
A los 17 años, cargado de ilusiones y esperanzas, mostré mis incipientes cómics en varias editoriales. El rechazo fue unánime. Las razones eran dos: el nivel amateur, casi infantil, del trabajo y el argumento editorial irrefutable: ‘‘Nosotros no publicamos eso’’. Y es que, desde entonces, yo quería dibujar esos objetos llamados novelas gráficas, pero faltaban muchos años antes de que tuviera las condiciones editoriales para lograrlo, aunque ésa es otra historia.
A finales de los años ochenta, la industria de la historieta, paralela a la del libro, aún era vigorosa; sin embargo, noté –aun en la ingenuidad casi púber– que los dibujantes y guionistas, los creativos encargados de alimentar con historias este monstruo editorial voraz, aquellos reunidos en las mesas del Pinky, no se veían a sí mismos como autores. Ellos eran colaboradores. Aún más, a muchos les apenaba su labor, pues un gran porcentaje de ilustradores era prófugo de la academia de pintura y recalaban en el oficio, mientras que los guionistas decían ser, en realidad, novelistas o dramaturgos de paso en el medio.
Entre las personas con quienes coincidí en aquellas reuniones había tres que no sólo estaban orgullosos de su oficio, sino ademas eran auténticos apasionados del cómic y lectores cotidianos de los grandes autores de tiras cómicas desde niños: Antonio Gutiérrez, Sixto Valencia, dibujante de Memin Piguín (ambos con Yolanda Vargas Dulché como guionista), y Ángel Mora, sí, el grafista de Chanoc.
Ángel era un hombre con mucha vitalidad, siempre sonriente. Ese temperamento, producto de haber nacido en Tabasco, quizá, lo hacía parecer mucho más joven de su edad. Se trataba de un apasionado del noveno arte, quien creció leyendo tiras como El príncipe Valiente, de Hal Foster. Tarzán, de Burne Hogarth, en su segunda etapa, y Roldán, el Temerario (Flash Gordon), de Alex Raymond, entre muchas otras ti ras de periódico.
Mora se integró al estudio del legendario Ramón Valdiosera a principios de los años cuarenta. En la siguiente década forjó un merecido prestigio como maestro dibujante, pese a que era muy joven aún. En 1959, por invitación del escritor y guionista Carlos Vigil, se convirtió en el artista titular de Chanoc, una propuesta del creador y guionista Ángel Martín de Lucenay a Publicaciones Herrerías, basada en un guión cinematográfico que le habían rechazado.
Al joven Ángel se le encomendócrear los personajes de la nueva revista por haber nacido en la costa y conocer bien esos ambientes. Surgieron de su lápiz el protagonista y Tsekub Baloyán, padrino y mentor de nuestro héroe,un personaje entrañable que se robóel corazón de los lectores, además de que era el favorito del dibujante. Elelenco incluía a Maley. eterna novia de Chanoc: los gemelos caníbales, Puk y Suk; el veterano marinero Pata Larga; el niño Merecumbé; Rogaciana; Anclitas: Sobuca; y al Baturro, dueño de la cantina El Perico Marinero, donde Tsekub bebía su adorado cañabar, licor de alto octanaje. Todo ello en el puerto de Ixtac, situado en la zona maya de un imaginario sureste mexicano de exacerbado exotismo.
Apenas publicada una veintena de episodios semanales. De Lucenay, sin ver consagrado a su personaje como auténtico fenómeno editorial, fue sustituido, tras su fallecimiento, por Pedro Zapiain. quien practicaba pesca y buceo, por lo cual congenió de inmediato con Mora. Juntos se embarcaron, en varias ocasiones, a lado de pescadores para empaparse –literalmente– del ambiente insólito que después retrataban en la historieta.
La popularidad de los personajes sostuvo la serie durante más de veinte años; por desgracia, Zapiain también murió de manera prematura y fue sustituido por diversos guionistas hasta que Martha, hija de Ángel, asumió la titularidad. Juntos continuaron la revista, con la colaboración de varios portadistas.
El dibujo de Ángel Mora se distinguió del estilo de sus colegas gracias a un trazo prodigioso que integraba las influencias de sus lecturas infantiles, las tiras dominicales y los histonetistas europeos de la época Su linea poseía un desenfado que, a primera vista, parecería informal, hasta que una revisión cuidadosa revela una gráfica de refinada síntesis, donde no sobra ni falta un solo trazo: rasgos sofisticados con el aire innovador de esos años (...)