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Los sacrificios hoy
L

as reflexiones del francés George Bataille (1897-1962) en torno al erotismo y su articulación con la muerte y la relación de éste con la religión, la sexualidad, la transgresión y el poder resultande una profundidad y una vigencia sorprendentes.

Según Bataille no podría hablarse del erotismo sin mencionar uno de sus antecedentes fundamentales: las prácticas dionisiacas. Estas tuvieron primero un carácter violentamente religioso, terminando por convertirse en un movimiento exaltado y extraviado. El culto a Dionisos tenía un carácter tanto trágico como erótico, y al componente erótico se debió su devenir en un horror trágico. En palabras de Bataille: ‘‘lo prohibido confiere un valor propio a lo que es objeto de prohibición. Lo prohibido da a la acción prohibida un sentido del que antes carecía. Lo prohibido incita a la transgresión, sin la cual la acción carecería de esa atracción maligna que seduce… Lo que hechiza, lo que seduce es la transgresión de lo prohibido. El erotismo comprendía los matices más contradictorios: su fondo es religioso, trágico, a veces inconfesable, y su origen, muy cercano a lo divino. Y tal vez, el único sendero para aproximarse al erotismo, aquel con que nos sacude la angustia de muerte”.

No podemos pensar el erotismo según Bataille, si lo despojamos de lo religioso que invita a pensar en Dionisos, el dios cuya esencia divina es la locura y la religión como básicamente subversiva, imponiendo el exceso, el sacrificio y lo festivo, cuya culminación llevaría al éxtasis. La divinización dionisiaca del mundo es el camino abierto hacia lo que Nietzsche llama ‘‘nuestro nuevo infinito” y así, bajo su seductora sonrisa Dionisos es un dios cruel incitador a la vida como dispendio y como exceso perpetuo de sí misma.

Dionisos, que en su desnudez arroja al sujeto al éxtasis, haciéndolo experimentarse como el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad, el placer y el dolor, la diferencia y la repetición, al eterno retorno de lo mismo, y así el erotismo al perder su carácter sagrado fue lamentablemente desplazado al terreno de lo inmundo. Al surgir el cristianismo el goce se tiñó de culpa, el erotismo retardaba la recompensa final. Entonces el cuerpo, la sexualidad y el erotismo se tornaban ocasión y escenario para el pecado. Por tanto el goce corporal debe ser repudiado y expiado, la sexualidad cancelada o restringida para los fines de la procreación, y el erotismo, por su parte, termina en estado de descomposición. La recompensa espera en la otra vida y mientras lo que se juega detrás de todo ello no es más que el ejercicio del poder, la pulsión de apoderamiento y destrucción del otro.

El sujeto es ahora victimizado de otra manera. En términos de Bataille, ‘‘en la antigüedad, la víctima del sacrificio restauraba al mundo sagrado aquello que un uso servil había degradado y hecho profano”. Lo sagrado permanecía más allá del valor de cambio. Pero en la sociedad actual el valor de cambio se ha hecho casi por completo con el poder. El sacrificio humano se sigue haciendo, pero en otros términos. Ya no es extraer órganos en una piedra sacrificial, lo cual no se justificaba en ningún sentido pero, según Bataille, al menos se atenía a cierta lógica.

El ‘‘sacrificio” hoy no obedece a lógica alguna, se ejerce en aras del poder, de la irracionalidad y del sinsentido. Pero intentar someter a Eros (léase, control de la sexualidad, degradación del erotismo, censura de la creatividad) en aras del poder, puede tener consecuencias nefastas, ya que sin Eros la pulsión de muerte cabalga sin freno por escabrosos senderos.

Senderos que desembocan en corrupción, narcotráfico, abuso del poder, violación de los más elementales derechos humanos, censura y hoy terrorismo, opresión para los que denuncian tales atrocidades, desprecio total por la vida y una sola meta que todo lo enceguece: el poder.