n varias ocasiones, los premios nacionales de artes, ciencia y literatura que concede el gobierno de la República no han sido acertados. En literatura, por ejemplo, lo tienen personajes que no lo merecen y que lo obtuvieron por el cabildeo con funcionarios y responsables de otorgarlos o por la influencia de las mafias académicas. Igual en historia. Sin embargo, este año los premiados tenían méritos suficientes.
Como Salomón Nahmad, con 60 años de trabajo fructífero en pro de las comunidades indígenas. Él hace parte de un grupo de antropólogos e historiadores que sobresale por sus aportes a la realidad nacional: Guillermo Bonfil, en cuanto a las culturas populares; Margarita Nolasco con sus estudios sobre la importancia económica y ecológica del café en México y la situación que priva en los 38 municipios fronterizos; Rodolfo Stavenhagen y sus aportes al tema agrario y a la defensa de los derechos humanos de los indios; Enrique Florescano con sus investigaciones sobre el maíz, que se emparentan con los de Arturo Warman sobre el alimento básico del país. O los de Eugenia Meyer, pionera en América Latina de la historia oral y que ha recogido la de notables personajes de México.
Nahmad es severo crítico del trato que dan las instancias oficiales a las comunidades originarias. Denuncia que, aunque la situación de algunas de ellas ha mejorado, sus problemas no están resueltos, pues la visión gubernamental es fragmentaria. Eso le ocasionó enfrentarse a un secretario del gabinete del presidente Miguel de la Madrid, que utilizó la justicia para enlodar su trayectoria. Fue tan mal armada la chapuza legal utilizada para quitarlo como director del Instituto Nacional Indigenista, y tal el rechazo que generó, que Nahmad fue exonerado tan rápido como injustamente fue inculpado.
Después de ese desaguisado oficial, decidió vivir en la ciudad de Oaxaca. Allí creó en 1987 el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Ciesas Pacífico Sur. Los frutos de sus trabajos están en libros y revistas y son una importante contribución al conocimiento de los pueblos indígenas, sus problemas más lacerantes, sus usos y costumbres.En retribución, algunos de ellos lo tienen como defensor de sus tierras y derechos, de su autonomía.
En 1984 el Centro de Ecodesarrollo (Cecodes) inició un amplio inventario de las tecnologías vigentes entre los grupos etnicos, su correlación con la modernización tecnológica y la expansión del sistema neoliberal. Además, para conocer los efectos de estos dos fenómenos en el ambiente. Nahmad se encargó con Álvaro González y Martha Rees, de ver lo que sucedía al respecto en varias comunidades mayas, nahuas, tarahumaras, zoques y zapotecas. Un libro, Tecnolgías indígenas y medio ambiente reúne los frutos de ese trabajo. En otro con Álvaro González, Marco A. Vásquez y Santiago Xanica, publicado en 1994 por el Cecodes, resumió lo que encontraron sobre dichos asuntos en pueblos zapotecos, chatinos y chontales del sur de Oaxaca.
En ambos libros se muestra que ellos conocen mejor que nadie la flora y fauna que existe en los bosques, selvas y demás tierras que están bajo régimen comunal; se detalla el respeto que tienen hacia la naturaleza, algo que en ocasiones rompen por la pobreza extrema. Además, cómo la obra pública dirigida a sacar del atraso a los indígenas, a veces las perjudica por mal planeadas, innecesarias o beneficiar a contratistas cercanos a los funcionarios. Y realizarse sin consultar a los potenciales beneficiarios.
En Oaxaca esto se manifiesta con los daños que causan los huracanes: la deforestación y la obra pública mal hecha hacen que la lluvia y el viento dejen su estela de muerte y daños incontables en los servicios públicos (carreteras, escuelas, centros de salud, sistemas de agua potable) y en bienes particulares.
Una de las promesas del próximo gobierno es cambiar la relación paternalista con los pueblos indios. Los estudios elaborados por académicos, como Nahmad, serán muy útiles si en verdad se establecen políticas públicas para abandonar el erróneo camino seguido hasta hoy.