Sábado 3 de noviembre de 2018, p. a12
El nuevo disco de Bobo Stenson es un tratado sobre la luz.
Contra la indecisión, se titula.
Da homenaje a Silvio Rodríguez, de quien Bobo Stenson es un conocedor aplicado. Ya en disco anterior, Cantando (2007), había tomado nombre de una de las composiciones de Silvio Rodríguez.
Contra la indecisión es una pieza poco conocida de Silvio. Uno de sus pasajes:
Hubo un no fue bajo un jamás
hubo un tal vez bajo un quizás
hubo un regué bajo un frutal
hubo un llegué bajo un andar
y eso lo dice cantando el autor de Cantando, sin palabras, en el piano, al inicio de este nuevo disco recibido con júbilo por la crítica especializada y ajena al hit parade.
Bobo Stenson es viejo conocido del Disquero.Bo Gustav Stenson nació en Vasteras, Suecia, y emigró a Estocolmo, donde construyó catedrales incandescentes de hielo al lado, helado pero ardiente, de sus paisanos Palle Danielsson y Anders Jormin y los noruegos Terje Rypdal, Arild Andersen, Jon Christensen y el polaco Tomasz Stanko.
El Cuarteto de Jan Garbarek y Bobo Stenson parieron un clásico: Witchi-Tai-To, un disco preñado de magia y piezas de Carla Bley y pasajes del Rig Veda.
El piano de Bobo Stenson suena a conchas de mar, a campanas y caracolas.
Su poética nos relaciona de inmediato con los Hiperbóreos, aquel pueblo mítico situado al norte de la Hélade, más allá del Bóreas, más allá del viento del norte y cuyos habitantes tenían una existencia serena y feliz y danzaban y eran buenos músicos y eran extraordinariamente longevos, tanto, que decidían morir cuando estaban muy cansados de vivir: entonces se arrojaban al acantilado, hacia el mar, coronados de flores, a sonar junto a las olas; los pájaros eran numerosos y cantores y revoloteaban por los extensos bosques sagrados, y Apolo acudía anualmente a esas latitudes.
Plinio sostiene que en las tierras hiperbóreas se hallan los goznes del mundo y los puntos extremos de las órbitas de las estrellas y nos cuenta que los pobladores tienen por morada los bosques y toda discordia les es ajena.
Los hiperbóreos, documenta Plinio, son los hombres más dichosos del mundo. Por eso a Apolo, en sus visitas anuales al bosque donde los maestros hacían ofrendas, se le oía cantar de noche.
Así, la música de Bobo Stenson es dichosamente hiperbórea. Suena a caracolas marinas y campanas de cristal.
Su linaje nórdico escancia un estado de serenidad. Es música callada, en calma, sosegada. Incandescente.
Posee el poder de lo inefable. Su apariencia de sencillez le otorga mayor complejidad.
Son trazos de blanco sobre blanco. Un mandala blanco en medio de la blancura del paisaje nórdico en invierno. Blanco sobre blanco. Una pincelada de blanco en un óleo de Corot.
Y al mismo tiempo es un esplendor de color. Un pavo real en plena nieve, una transportación, transposición: el colorido del trópico en los esplendores nórdicos de nieve.
Esa aporía explica el misterio de la música de Bobo Stenson. Y su delectación por la música de América Latina, no solamente la de Silvio Rodríguez, en la que es especialista.
Como pocos tríos en la historia (Oscar Peterson, Bill Evans, Keith Jarrett, Brad Mehldau), el Trío de Jazz de Bobo Stenson ha durado décadas y eso explica también su carácter hiperbóreo.
El aspecto de leñador del bosque de Anders Jormin contrasta con la ternura de sus arcadas en el contrabajo acústico mientras la mirada de niño de Jon Fält tiende travesuras sobre los tambores de su batería.
Juntos, Anders, Jon y Bobo arman y desarman galaxias cada vez que hacen música. En este su nuevo disco, Contra la indecisión, logran la variedad máxima, el colorido en esplendor, la calma incandescente.
Así como en el mencionado disco Cantando juntaron mundos insospechados: Alban Berg, Astor Piazzolla, Don Cherry, Ornette Coleman y Silvio Rodríguez, ahora conjuntan pléyade también insospechada: Silvio Rodríguez, Bela Bartok, Erik Satie, Federico Mompou junto a composiciones propias, ya en separado de Anders Jormin, ya en trío.
El sonido del Trío de Jazz de Bobo Stenson ya es impronta. Cuando suena cualquiera de sus discos, de inmediato sabemos quién está en cada instrumento (jazzología, ciencia deductiva, según Julio Cortázar) y en el disco que ahora nos ocupa somos transportados hacia los confines de la luz.
Color, textura, volumen, composición, sombra, líneas de fuga. Todos esos valores, propios del arte pictórico, pertenecen ahora también a Bobo Stenson gracias a esta nueva grabación donde podemos escuchar colores sin que se trate de una experiencia sinestésica.
Es como Rembrandt.
Cada nota, cada compás, se ordena en armonía lumínica. Irradia.
Por momentos, esa capacidad expresiva mediante el sonido nos lleva a Claude Debussy, a las lilas de Monet flotando. Water lilies.
Las 11 composiciones que componen Contra la indecisión conforman vasto mural donde ondean velos de novia (Wedding song from Poniky, de Bela Bartok), vértices de órbitas de estrellas (Doubt Thou The Stars, de Anders Jormin), modos griegos (Elégie, Erik Satie), canciones bailables (Frederic Mompou), caracolas marinas y campanas de cristal.
He aquí música de calidad inconmensurable. Invenciones. Elaboraciones cerebrales que no renuncian a la piel, a la entraña, a la incandescencia. Al canto. Al encanto. A la flor y al canto.
Todo el tiempo da la impresión de que el piano de Bobo Stenson está cantando. Lo cual es mucho decir, pues se trata del anhelo de todo artista, hacer cantar, cantar, encantar.
La música de Bobo Stenson es poesía manuscrita. Blanco sobre blanco. Resplandor en resplandores. Campanas y caracolas.
El nuevo disco de Bobo Stenson, Contra la indecisión, es una celebración de la belleza.
Una fiesta y un transporte. Nos ubica más allá del Bóreas.
Somos, al oír este disco hermoso, felices hiperbóreos.
Nos convertimos así en una pincelada de blanco sobre un óleo de Corot.