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Infancia y Sociedad

30 años ruinosos para los niños

M

illones de niños bien alimentados, leyendo y escribiendo, son la fórmula magistral para hacer un gran país. Pero ¿a cuál de los últimos 5 presidentes le ha importado realmente que México sea un gran país?

Los 30 años de modelo neoliberal han sido devastadores para la niñez, que ha sido víctima de un abandono brutal. Tres décadas de guerra ideológica y económica contra el pueblo en general y contra los niños en particular. Nuestro capital humano ha sido maltratado de forma salvaje, sin considerar que los primeros siete años son decisivos en la vida. Después es tarde y los daños del abandono son irreversibles. Las consecuencias están a la vista.

Más que fabulosos trenes y majestuosos aeropuertos la inversión más importante para el nuevo gobierno debiera ser en derechos fundamentales de los niños. Una verdadera transformación (del latín metamorphosis, mutación o evolución de una cosa que se convierte en algo diferente) debe producir no sólo cambios de forma, sino de forma de ser del Estado hacia la niñez. El próximo gobierno debiera asumir la misión de que cada niño pueda desplegar su potencial genético mediante alimentación y estimulación temprana para desarrollar así un cerebro bien cableado, sin las secuelas anatómicas, funcionales, bioquímicas, eléctricas y metabólicas que produce la desnutrición y el desamparo y que son condena para siempre a la pobreza, la ignorancia, el subdesarrollo mental y la violencia.

En el primer año de vida el cerebro humano crece a una velocidad que no se repite en años siguientes: un ritmo de dos miligramos por minuto con un orden de regeneración celular de 250 mil elementos por minuto: es la primavera del sistema nervioso central. Por eso el cerebro infantil requiere alimentación e intervención temprana: con cada trago de leche, un beso.

Una verdadera transformación nacional exige la elaboración de un padrón de la infancia, diagnósticos profesionales y un proyecto monumental del Estado para que todos los niños mexicanos reciban, desde sus primeros días, buena alimentación y acceso obligatorio –en donde se encuentren– a centros de intervención temprana y educación básica.

Con frecuencia me dicen que predico en el desierto y contesto con respeto y orgullo las palabras de León Tolstói: No puedo callarme: ¡Primero los niños¡