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El olvido otro
N

ecesitamos recordar… Sólo una conciencia clara de lo que ayer no hicimos permitirá enfrentar con lucidez los retos de hoy.

La Comisión Trilateral, creada en 1973 por iniciativa de David Rockefeller, simboliza de forma adecuada la reacción de arriba a los vientos de cambio de los años sesenta. El amplio repertorio de lo que se llamó neoliberalismo desmanteló buena parte del estado de bienestar, de las conquistas sociales y del Estado-nación. También desmanteló su fachada democrática, con su supuesto estado de derecho, y preparó la muerte de la política. Nada de eso hace falta cuando el modo de producción se ha convertido en modo de despojo.

Los vientos de cambio que generaron tal respuesta no nacieron en el vacío. La década de 1950 terminó a tambor batiente: Fidel Castro entró en La Habana, Demetrio Vallejo y Othón Salazar simbolizaron en México las grandes movilizaciones y represiones. En todas partes cundía la tensión que formó el clima intelectual de los años sesenta, el cual no parece tener parangón. Camus, Benjamin, Bloch, la Escuela de Frankfurt, Sartre, Simone de Beauvoir, Lefevre, Debord… La lista interminable es trasfondo de lo que empezó a ocurrir. El Manifiesto de Port Huron, por ejemplo, documento fundador de Students for a Democratic Society, se hizo agenda de una generación en 1962, en la tensión entre individualismo y comunitarismo propia de toda la década y quedó como referente para la izquierda estadunidense con su énfasis demostrado en la desobediencia civil y la lucha contra el racismo.

El descubrimiento de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 exigió una nueva lectura de El Capital; el joven Marx nos preparó para el tardío. Kuhn relativizó las verdades científicas al ponerlas en la perspectiva adecuada. McLuhan reveló el papel de los medios en la aldea global. Al principio de la década sólo 10 por ciento de los estadunidenses tenía televisión; al terminar, sólo 10 por ciento no la tenía.

El hombre unidimensional (1964), de Marcuse, fue clara referencia para los movimientos juveniles, desde los hippies hasta el 68.

Las palabras y las cosas, quizás el libro más importante de Foucault, mostró que el humanismo se había vuelto totalitario y surgía ya la insurrección de los saberes subyugados.

Paul Goodman e Iván Illich anticiparon la crisis de las instituciones que se haría evidente medio siglo después, así como la forma en que la gente podría reaccionar para transformarla en la reconstrucción de la convival. Textos suyos de esos años describen con precisión lo que ahora ocurre. Cualquier periódico podría usar hoy este análisis de Fromm, de 1970, para caracterizar el malestar dominante:

“Un espectro anda al acecho entre nosotros y sólo unos pocos lo han visto con claridad: una sociedad completamente mecanizada, dedicada a la máxima producción y al máximo consumo de materiales y dirigida por máquinas computadoras. En el consiguiente proceso social, el hombre mismo, bien alimentado y divertido, aunque pasivo, apagado y poco sentimental, está siendo transformado en una parte de la maquinaria total. Con la victoria de la nueva sociedad, el individualismo y la privacía desaparecerán, los sentimientos hacia los demás serán dirigidos por condicionamientos sicológicos y otros expedientes de igual índole, o por drogas, las que también proporcionarán una nueva clase de experiencia introspectiva… Quizás el aspecto más ominoso de lo anterior sea hoy que parecemos perder el control de nuestro propio sistema. Cumplimos las decisiones que los cálculos de nuestras computadoras elaboran para nosotros. Como seres humanos no tenemos más fines que producir y consumir más y más. No queremos nada ni dejamos de querer algo. Las armas nucleares amenazan con extinguirnos y la pasividad… con matarnos internamente”. (La revolución de la esperanza, FCE, 1970, p.13).

Fromm no logró anticipar cómo se profundizaría la desigualdad y crearían los desechables. Caracterizó solamente a un sector de la sociedad, que ya no se conmueve ante la condición de la mayoría sobre cuyos hombros se sostiene su bienestar, la cual lucha por sobrevivir bajo las condiciones más adversas. Tampoco anticipó que se cuartearía el cascarón del huevo de la serpiente.

¿Cómo despertar? Entonces, como ahora, hubo quienes colgaron de arriba la esperanza. Entonces, como ahora, parecía sensato pasar la estafeta a alguien que encarnara el sufrimiento del pueblo y fuera la solución, alguien que se hiciera cargo de la historia: el mesías (Dussel, La Jornada, 1/8/18). Así nos fue. Hacer una revolución a medias es cavar su propia tumba, decía Saint-Just, compañero de Robespierre.

¿Cómo huir de las falsas ilusiones que se fomentan cada día y empiezan a producir parálisis ante el maná que el primero de diciembre empezará a caer del cielo que al fin conquistaron los buenos? ¿Rendirnos, en el umbral del cambio, en medio de esta guerra sin cuartel y del horror que todo lo cubre, cuando aún falta lo que falta?