eona Vicario, la valiente y generosa heroína independentista cuya vida podía ser tema de una película de aventuras, falleció el 21 de agosto de 1842 en Ciudad de México. Cuatro días después el gobierno de Antonio López de Santa Anna la declaró Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria.
Ese reconocimiento se perdió en la historia; Benito Juárez, quien también lo recibió, es aún mencionado como el Benemérito.
Este es uno de los varios desaires que recibió Leona, quien gastó toda su fortuna para apoyar la causa insurgente y en más de una ocasión arriesgó su vida. Al descubrirse su participación estuvo presa en el Colegio de Belén, de donde la liberó un grupo de insurgentes bajo el mando de Andrés Quintana Roo. Tras unos días escondida la sacaron de Ciudad de México, junto con otras mujeres disfrazadas de arrieros que conducían carretas y burros cargados con pulque. Ahí iba pintada como negra.
Se reunió con Quintana Roo, los casó un cura de pueblo y a partir de ese momento anduvo en la guerra a salto de mata con su marido y un grupo de independentistas. En 1817, por una delación Leona fue capturada en una cueva, cuando acababa de parir a su primera hija.
Ante tal infortunio Quintana Roo solicitó una petición de clemencia en favor de su esposa con la promesa de entregarse. El virrey les concedió el indulto y fueron confinados en la ciudad de Toluca; ahí permanecieron en total retiro hasta 1820.
En 1823, ya consumada la Independencia, como compensación por la pérdida de sus bienes familiares el Congreso le concedió una hacienda productora de pulque y ganado llamada Ocotepec, en Apan, Hidalgo, tres casas en Ciudad de México y dinero en efectivo.
Finalmente, ya tranquilos e instalados en una de las casas que les restituyeron, Leona se mantuvo activa escribiendo en el periódico El Federalista y participaba en las tertulias literarias y políticas que propiciaba, a las que asistían los liberales más distinguidos.
Quintana Roo fue nombrado secretario de Justicia y renunció al poco tiempo por disentir de las decisiones que tomaba el partido del general Santa Anna. A partir de 1835 y hasta su fallecimiento en 1851 permaneció como magistrado de la Suprema Corte.
Hay que mencionar que con todo y los reconocimientos Leona fue objeto de una descalificación misógina y vergonzosa por parte de Lucas Alamán, quien escribió que había participado en el movimiento independentista por su romance con Quintana Roo.
Ella respondió con argumentos sólidos que probaban ampliamente su convicción y compromiso personal, haciendo evidente la bajeza del político conservador.
Hace unos días visitamos la hermosa casona donde pasaron sus últimos años Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. Se encuentra a un costado de la Plaza de Santo Domingo, en el número 37 de Brasil, antigua calle de Los Sepulcros de Santo Domingo.
En sus memorias, Guillermo Prieto platica que por su tamaño la casa se prestaba para dividirse en dos partes, según se acostumbraba en la época; el matrimonio Quintana Roo ocupaba la parte alta y la baja la rentaban. El primer inquilino fue Antonio López de Santa Anna.
Actualmente esa mansión es sede de la Dirección de Literatura de Bellas Artes y se puede visitar. Tiene un bello patio con su piso original; junto a la biblioteca se conserva un gran mueble de madera fina que perteneció a la casa y que seguramente, por lo pesado, no se pudo trasladar al sitio donde se guarda parte del mobiliario de la histórica familia.
A la vuelta, en la calle República de Colombia 2, se encuentra la pequeña fonda que lleva por nombre La Señora Edith. Ella junto con su marido, ambos originarios del exuberante Jonotla, pueblo de la sierra de Puebla, preparan exquisitas quesadillas, sopes, gorditas y huaraches con sabrosos guisados del día. Las enormes quesadillas en unas suaves tortillas hechas a mano son muy sanas porque las preparan asadas en el comal, no llevan grasa, y los rellenos son deliciosos al igual que las salsas que los acompañan.