a abrumadora victoria del nazi Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones brasileñas no debe ser subestimada. Brasil es la octava potencia mundial, con posición geopolítica de primer orden en América del Sur. Bolsonaro, descaradamente chovinista, misógino, racista, homófobo, proyanqui y prosionista, detesta los valores democráticos. Es la continuación del golpe de Estado contra la democracia, iniciado mucho antes del golpe parlamentario que tiró a Dilma con una extraña movilización de masas y una campaña mediática internacional que dibujó al PT como el único partido corrupto del país. Campaña salida del Departamento de Justicia estadunidense, promotor del caso Odebrecht y las miserables delaciones retribuidas.
Bolsonaro no es un hecho local. Se inscribe en una corriente mundial de ascenso del fascismo, que tuvo su primera expresión rotunda en la elección de Donald Trump, a quien casi nadie tomó en serio, igual que al ex militar hasta hace unos meses. Lo mismo ocurrió con Hitler. Esta corriente eslabona hoy a Trump, Le Pen, Salvini, Orban y, por supuesto, Netanyahu, entre otros. Está creando una internacional con articuladores como Steve Bannon, ex jefe de campaña del hoy inquilino de la Casa Blanca, y generosos donadores como los hermanos Koch, grandes entusiastas de Bolsonaro. Aunque no sean abiertamente fascistas, Duque, Macri y Piñera son fanáticos neoliberales y en un eventual triunfo de Bolsonaro el 28 de octubre, constituirían un peligroso polo reaccionario en América del Sur.
El capitalismo ha sufrido importantes mutaciones desde 1933. Pero hay constantes que mantiene y hasta se agudizan. De la misma manera que la crisis del capitalismo decimonónico liberal condujo a la Gran Depresión del 29 y al fascismo, aunque también la primera llevó a la revolución bolchevique y la segunda reforzó las opciones socialistas, la crisis del capitalismo neoliberal ha evidenciado la incapacidad de la democracia representativa y su sistema de partidos para procesar las grandes insatisfacciones que crea. Ello hace que los de abajo anhelen soluciones alternativas a las de ese modelo y los de arriba constaten que ya no les alcanza para seguir controlando a las víctimas del sistema de explotación. El neoliberalismo y la democracia de millonarios han sido incapaces siquiera de lograr crecimiento económico y grandes potenciadores de flagelos capitalistas como el desempleo, el analfabetismo, la falta de acceso a la cultura y la educación, a la vivienda, las continuas guerras, el cambio climático y verdaderos genocidios en nombre del combate a las drogas o al terrorismo.
La alternativa puede venir, en dependencia de una serie de factores, de victorias populares como la de AMLO en México, Evo Morales en Bolivia o Chávez y ahora Maduro en Venezuela. Pero también llegar al extremo de amenazar en Brasil con el ascenso al poder del fascismo más crudo personificado en Bolsonaro. Por supuesto, la mayoría de los que votaron por el ex militar, no sabe lo que es el neoliberalismo, menos el fascismo, ni sospecha sus consecuencias. Muchos de ellos fueron beneficiados y catapultados a la clase media por los programas sociales de Lula. Comenzaron a disponer de más bienes materiales y de inéditas oportunidades de ascenso social pero no se realizó con ellos el trabajo de formación cultural y política que les permitiera comprender por qué y con qué fin estuvieron privados antes de esos beneficios y por qué recién los habían podido recibir ahora. Los regímenes fascistas clásicos, históricamente han sido aupados por minorías de activistas que movilizaron a mayorías insatisfechas e indignadas, con frecuencia incultas políticamente, a las que la izquierda no fue capaz de ganar para una auténtica transformación social. En una encuesta realizada en favelas sobre el programa Bolsa Familia en los meses anteriores al golpe parlamentario contra Dilma, el mayor porcentaje de encuestadas contestó estar muy satisfecho porque Dios se los había proporcionado.
La votación alcanzada por Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones, no puede menos que asombrar. El ex capitán con sus 49 millones 276 mil 990 sufragios estuvo a un tris de alcanzar la victoria definitiva. Así habría evitado comparecer en el segundo turno, donde pese a la ventaja de 17millones 934 mil 5 que le sacó a Fernando Hadad, candidato apoyado por Lula, corre el riesgo de ser derrotado por un esfuerzo gigantesco, ya en marcha, de gran parte de la izquierda y las fuerzas democráticas y progresistas brasileñas.
Pero esa votación de Haddad habla de un gran esfuerzo de movilización del Partido de los Trabajadores para llevar hasta allí a un candidato que no tenía ni un mes de proclamado. Fue cuando un Lula preso injustamente y sin pruebas y político más popular de Brasil punteaba en las encuestas y el Tribunal Supremo le prohibió competir electoralmente.
¡El fascismo no pasará!
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