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Antigua palabra nueva
A

l llegar a su 29 aniversario, el suplemento Ojarasca publicará Insurrección de las palabras, una amplia selección de poesía en lenguas mexicanas, llamadas también originarias o indígenas, que ofrecerá una lectura placentera, de gran interés cultural y que aspira a confirmar que en este México desgarrado entre el horror, la lucha y la terca esperanza surge algo nuevo: una literatura o haz de literaturas de voces múltiples, creada en lenguas que durante un milenio o más fueron ágrafas. Quizás ningún otro país del mundo experimenta algo parecido: la escritura, sobre todo poética, en una gran variedad de idiomas (y sus dialectos) tan o más antiguos que el castellano que llegara a estas tierras hace medio milenio para imponerse sobre los nativos de mala, militar y eclesial manera para la dominación, la muerte, la violación y la esclavitud de millones de individuos, causando la destrucción de civilizaciones enteras a nombre del oro, el rey y un Dios arbitrario y ajeno.

El hecho, notable y emocionante como es, no carece de contradicciones. Como discute el autor zapoteco Javier Castellanos Martínez, los conceptos mismos de literatura y poesía no tienen nombre en estas lenguas, les resultaron ajenos hasta el siglo XX. El crítico Heriberto Yépez cuestiona el concepto de literatura indígena, un invento de los misioneros católicos a partir del siglo XVI, quienes habrían configurado cierta poesía como parte de la apropiación colonizadora de la mentalidad y la sensibilidad autóctonas para ponerlas al servicio del poder doctrinario. Sostiene que el náhuatl, la lengua más extendida entonces y ahora, fue manipulado por sacerdotes e intelectuales novohispanos en sus fines colonizadores, de modo que los cantos mexicanos serían otra invención dentro de lo que Edmundo O’Gorman llamaba la invención de América.

Un segundo problema, señalado con lucidez por diversos autores, es la ausencia de personas capaces de leer dichas lenguas. Eso no quita que en varias de ellas se vaya conformando un corpus apreciable. Entre las más escritas hoy se cuentan las que eran dominantes al llegar los españoles: náhuatl, zapoteco y maya. El libro que aquí se anuncia recoge también una buena cantidad de poemas en tsotsil, tseltal, mixteco, otomí y otros. No se soslayan otras contradicciones, empezando por la denominación de las lenguas, en particular los mixteco y otomí, que no sólo poseen importantes variantes dialectales, sino que rechazan la generalizadora de su lengua y su cultura, como insiste el autor ñuu savi Kalu Tatyisavi. Los lectores constatarán que la apropiación de la escritura, gracias a la computadora y los avances lingüísticos, llega acompañada de una recuperación del nombre verdadero de cada pueblo y lengua. Así, hoy debemos decir rarámuri, wixárika, ñuu savi, ñahñú, mè’pháá, p’urepecha, diidxazá, ayuuk, tenek, bats’il k’op, yoko t’an, y no los nombres que eran habituales.

La presencia de autoras, la mayoría jóvenes, revela otra emancipación, revolucionaria vista desde la perspectiva del patriarcado tradicional de los pueblos y de la dominación cultural, política y religiosa. Y como ocurre con nuestra poesía en castellano, no pocas veces la escritura femenina es la más original y afortunada.

En menos de tres décadas, los pueblos originarios han demostrado una voluntad de expresión artística que merece toda nuestra atención. Tan sólo en Insurrección de las palabras (de próxima publicación por la Editorial Ítaca) se reúnen 130 poetas, todos bilingües, aunque unos cuántos escriban sólo en castellano. De seguro hay ausencias, y al paso que vamos pronto serán más. Pese a que la cultura dominante sigue desdeñándolos, cada vez se les escucha mejor. La labor de unas cuántas casas editoriales, los premios literarios con fondos públicos, la divulgación electrónica de textos bilingües y la creciente actividad académica y en redes sociales de escritores jóvenes surgidos de los pueblos originarios que conforman también la nación mexicana, hablan de un creciente respeto, incluso admiración, por el nuevo don de lenguas que recorre el corazón profundo de México.