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El 68 a medio siglo

El número real de víctimas aún se ignora

La noche en que Tlatelolco se convirtió en un infierno

Los soldados, sin advertencia ni previo aviso, comenzaron a disparar

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▲ Manifestación estudiantil realizada el 13 de agosto de 1968. La marcha tuvo lugar del Casco de Santo Tomás al Zócalo.Foto Imagen de la colección de Manuel Gutiérrez Paredes (Archivo Histórico de la UNAM)
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▲ La noche del 2 de octubre de 1968 cientos de jóvenes fueron detenidos, incuidos los líderes del movimiento estudiantil.Foto Imagen de la colección de Manuel Gutiérrez Paredes (Archivo Histórico de laUNAM)
 
Periódico La Jornada
Martes 2 de octubre de 2018, p. 2

Tlatelolco se volvió un infierno. Tres bengalas iluminaron el cielo y comenzó el ataque. Era 2 de octubre de 1968. En la Plaza de las Tres Culturas miles de personas asistían a un mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga (CNH), pero minutos después de las seis de la tarde comenzó a orquestarse el plan ideado por el gobierno para acabar con el movimiento.

El Ejército cercó la plaza con el objetivo de impedir que los asistentes se movilizaran en marcha hacia el Casco de Santo Tomás, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), como se había anunciado la víspera. Los líderes del movimiento ocuparon el tercer piso del edificio Chihuahua, desde donde se conducía el mitin y miles ocuparon la plaza. Desde horas antes hombres vestidos de civil que se identificaban con un guante blanco se habían apostado en varios puntos estratégicos, desde donde abrirían fuego contra la multitud.

El primer orador fue Florencio López Osuna, representante de la Escuela Superior de Economía, del IPN, ante el CNH. Un par de helicópteros sobrevolaban el lugar. Cuando un nuevo orador tomó la palabra, tres bengalas parecieron partir el cielo. En ese instante Sócrates Amado Campos Lemus, también líder del Poli, se apoderó del micrófono y vociferó: No corran, compañeros! ¡Es una provocación! No había terminado de decir eso cuando se escucharon los primeros tiros.

Los disparos fueron ensordecedores. Los soldados entraron a la plaza tratando de ubicar de dónde procedían las ráfagas y la posición de los francotiradores, pero algunos abrieron fuego contra los asistentes. La multitud aterrada –se estima la presencia de unas 10 mil personas, entre estudiantes, amas de casa, niños, trabajadores y habitantes de la Unidad Tlatelolco– buscó huir. Los testigos hablan de decenas de muertos y heridos, así como alrededor de mil 500 detenidos.

Oficialmente se contabilizaron 39 civiles muertos y dos militares, pero el número real de víctimas se desconoce. Sin embargo, el general Alberto Quintanar reveló en 2002 a La Jornada que entre ocho y nueve camiones de redilas, sin logotipos, se utilizaron para sacar de Tlatelolco los cuerpos de quienes murieron el 2 de octubre de 1968.

Días antes del 2 de octubre, por conducto del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Javier Barros Sierra, se sentaban las bases para el primer acercamiento entre representantes del CNH y del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. El presidente pidió al rector que le propusiera a quienes pudieran negociar por parte de su gobierno. El ingeniero dio dos nombres: el ingeniero Andrés Caso y el abogado Jorge de la Vega, con buena reputación, trayectoria académica y no eran secretarios de Estado.

En un testimonio recogido en el libro Memorial del 68, editado por la UNAM y el gobierno de Ciudad de México, Caso señaló: “Verdaderamente dolido, el presidente nos dijo –cosa que nos impresionó mucho–: ‘Miren abogados, hablen ustedes con los muchachos a ver si los entienden. Yo ya, desgraciadamente, no puedo, no me siento con ánimo de entenderlos’. Don Javier platicó con nosotros, nos pidió que habláramos con los estudiantes y Fernando Solana –entonces parte del equipo del rector– fue el interlocutor para tener la primera reunión”.

Se dieron varios contactos informales y a las 10 de la mañana del 2 de octubre, en la casa del rector, se efectuó la primera reunión entre los representantes oficiales y tres miembros del CNH: Gilberto Guevara Niebla, Anselmo Muñoz y Luis González de Alba. Aunque respetuoso, el encuentro fue áspero. La representación estudiantil intentaba establecer las tres condiciones previas para que hubiera diálogo: la salida inmediata de las tropas que estaban ocupando el Casco de Santo Tomás, el cese de la represión y la libertad de todos los aprehendidos a partir de la intervención del Ejército en Ciudad Universitaria. Se acordó una nueva reunión para el día siguiente en la Casa del Lago, pero los trágicos acontecimientos modificaron radicalmente la situación, confesó Caso Lombardo al Ministerio Público durante una declaración ministerial en 2003.

El primero de octubre el CNH rechazó el regreso a clases y anunció un mitin para el día siguiente en la Plaza de las Tres Culturas. Se analizaba marchar al Casco de Santo Tomás, lo que al final se suspendió.

El rector habló con varios dirigentes estudiantiles. Intentó infructuosamente persuadirlos para que el acto político se realizara en Ciudad Universitaria y no en Tlatelolco, al que consideraba un espacio público propicio para la represión. “En la medida en que se acentuaba la represión –contó años después Barros Sierra al periodista Gastón García Cantú–, ellos se arriesgaban. El pueblo acudía en número cada vez mayor; el peligro que esto significaba en cuanto a la posibilidad de provocaciones era enorme. La historia infortunadamente así lo registra. Ellos cometieron el gravísimo error de efectuar el mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas”.

Los universitarios parecían no tener miedo. Se distribuyeron volantes invitando al mitin. En uno se decía: Tu participación en este movimiento, pueblo de México, es fundamental. No puedes dejar que tus hijos sean masacrados; no puedes permanecer indiferente en estos momentos de crisis; que tu participación directa y decidida haga temblar al gobierno gorila de Díaz Ordaz, que cada día se ensaña más contra las clases explotadas de México. Sin embargo, la masacre se dio.

El general Mario Ballesteros Prieto, jefe del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, fue el encargado de poner en práctica la Operación Galeana en Tlatelolco. Se apostaron unos 10 mil soldados, pero también decenas de francotiradores en las azoteas de los edificios contiguos a la plaza. Reportes oficiales documentan que la mayoría fue enviada desde un día antes por el Estado Mayor Presidencial (EMP). Todo fue documentado por el cineasta Servando González y por el fotógrafo Manuel Gutiérrez Paredes, Mariachito, ambos enviados por el secretario de Gobernación, Luis Echeverría.

El relato oficial contenido en el libro blanco del 68, elaborado en ese tiempo por la Procuraduría General de la República, fue que a las 5:15 de la tarde empezó el mitin-manifestación en la Plaza de Tlatelolco, estando presentes, en los corredores del tercer piso del edificio Chihuahua, los principales y más agresivos líderes del llamado Consejo Nacional de Huelga. Se canceló la marcha hacia el Casco de Santo Tomás por la presencia militar.

El ataque

De pronto, tres luces de bengala aparecieron en el cielo. Caían lentamente. Los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataría, se escuchó el avance de los soldados. Su paso veloz fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas. Luego inició la balacera, publicó Excélsior.

El libro blanco del 68 señala: “(…) después de varios discursos incendiarios, hacia las 6:15 de la tarde, el mitin terminaba. Algunas unidades del Ejército estaban apostadas cerca de la plaza para impedir que los manifestantes marcharan a recuperar el Casco de Santo Tomás”. Nada dice de las bengalas ni tampoco de que el general José Hernández Toledo resultó herido cuando supuestamente pedía a los asistentes que desalojaran el lugar.

Las crónicas periodísticas refieren que con la balacera vino la confusión. Nadie observó de dónde salieron los primeros disparos. Pero la mayoría de los manifestantes aseguró que los soldados, sin advertencia ni previo aviso, comenzaron a disparar. La Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un infierno. Las ráfagas de las ametralladoras y fusiles de alto poder zumbaban en todas las direcciones. La gente corría de un lado a otro.

Los militares se apoderaron del lugar. Francotiradores que después se sabría eran elementos del EMP, habían disparado contra los soldados dirigidos por el general Crisóforo Mazón Pineda.

Los enfrentamientos duraron hasta la madrugada del 3 de octubre. Hubo más de mil 500 detenidos. Se les trasladó al Campo Militar Número Uno, refiere el documento gubernamental titulado Apuntes sobre Tlatelolco, en el cual se afirma que “la actuación del Ejército (…) se ajustó a un criterio de mesura”. Sin embargo, muchos fueron torturados, vejados y amedrentados con falsos fusilamientos, narrarían más tarde los sobrevivientes.

El informe histórico de la extinta Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) revela que un teniente de apellido “Salcedo, a la orden de Gutiérrez Oropeza, apostó elementos en un departamento de la cuñada de Luis Echeverría en el edificio Molino del Rey, y otros elementos en los Chihuahua y 2 de Abril, así como en la parte baja de los edificios alrededor de la plaza, incluso de la zona cercana a la Vocacional número 7.

Conforme a documentos desclasificados de la Sedena, con informes de inteligencia enviados al Departamento de Defensa de Estados Unidos, el EMP, contraviniendo o malinterpretando las órdenes del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, utilizó francotiradores para inducir una respuesta armada por parte del Ejército y que ésta se generalizara provocando una masacre que aniquilara al grupo nacional movilizado, señala la Femospp.

El gobierno de Díaz Ordaz responsabilizó a grupos comunistas de la revuelta juvenil. Pero la CIA no tuvo ningún dato que lo corroborara. La noche del 2 de octubre el embajador de Estados Unidos en México, Fulton Freeman, pidió al general García Barragán que declarara el estado de sitio y que asumiera el poder. El militar, según sus documentos personales, lo rechazó y públicamente dijo que no se suspenderían las garantías individuales.

Diez días después de que Tlatelolco se bañara de sangre se inaugurarían Las Olimpiadas de la paz, con una severa rechifla a Díaz Ordaz.