oy no me ocuparé, como es habitual, de problemas ambientales porque mañana se cumplen 50 años de la matanza de Tlatelolco y quiero recordar algunos hechos del movimiento estudiantil. Lo hago motivado por las pláticas que organizó la Fundación Elena Poniatowska en las que participaron varios líderes del movimiento (Félix Hernández Gamundi, Salvador Martínez della Rocca, Gilberto Guevara Niebla y María Fernanda Campa, La Chata),además de Juan Ramón de la Fuente, Fabrizio Mejía Madrid y Martha Lamas. El 10 de octubre termina el ciclo con un homenaje a Carlos Monsiváis a cargo de Javier Aranda Luna, Genaro Villamil y Jesús Ramírez Cuevas.
En 1968 trabajaba en el Centro de Investigaciones Agrarias y en las noches impartía en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional la materia de planificación en el último año de la carrera. Entre mis alumnos recuerdo especialmente a dos: Sócrates Campos, representante de esa escuela en el Comité Nacional de Huelga y al que se tiene como un traidor, agente infiltrado y provocador al servicio del gobierno. Otro, Florencio López Osuna, brutalmente torturado en el Campo Militar Número uno, y que nunca pudo reponerse de lo que padeció. En esa escuela se tituló después un joven que cuando en 1968 estudiaba en la Vocacional 5 lo detuvieron en la calle los granaderos. Y sin más, lo tundieron a macanazos. Ernesto Zedillo nunca olvidó esa agresión.
La participación de los estudiantes del Politécnico en el movimiento del 68 no ha sido suficientemente valorada. Fueron los más aguerridos y enfrentaron temerariamente los ataques de granaderos y soldados. Como cuando estos últimos tomaron violentamente el Casco de Santo Tomás y la Vocacional 7. Varios politécnicos murieron allí igual que en Tlatelolco.
En cambio, sus autoridades nunca expresaron solidaridad con los estudiantes ni protestaron por el asalto de la tropa a varias instalaciones del instituto. A diferencia de la actitud digna del rector de la UNAM, Javier Barrios Sierra, el director del Politécnico, Guillermo Massieu, ignoró las demandas de solidaridad que le exigieron estudiantes y profesores.
Imposible olvidar el papel lacayuno de Salvador Novo, Elena Garro y Martín Luis Guzmán, al condenar el movimiento y justificar la violencia de las fuerzas gubernamentales. O que, mientras el Ejército destruía de un bazucazo la centenaria puerta de San Ildefonso, el secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, celebraba en Bellas Artes la Olimpiada Cultural. Después le darían el premio nacional de literatura. En cambio, destacan quienes condenaron lo que ocurría, pese al control del gobierno sobre los medios: Abel Quezada y su cartón negro en el diario Excélsior con el título ¿Por qué?
El artículo de Francisco Martínez de la Vega por el asesinato en Tlatelolco de una bella edecán de la olimpiada; la renuncia de Octavio Paz como embajador en India y su poema sobre la matanza. El programa dominical El cine y la crítica, de Carlos Monsiváis, en Radio Universidad; los textos publicados por Fernando Benítez en La Cultura en México
, de la revista Siempre! Por espacio no cito otros no menos importantes.
Las nuevas generaciones, las que no vivieron el horror de Tlatelolco, necesitan saber el apoyo incondicional de los poderes Judicial y Legislativo de ese entonces a los actos represivos del gobierno de Díaz Ordaz. Los jueces, armando procesos a las volandas para justificar la prisión de los líderes estudiantiles y la de Heberto Castillo, José Revueltas y Elí de Gortari, entre otros. Y el honorable
Congreso de la Unión, pidiendo la renuncia del rector Barros Sierra y atribuyendo el movimiento a fuerzas externas, enemigas de México.
Como bien se dijo en las pláticas realizadas en la Fundación Poniatowska, el movimiento estudiantil fue una enorme pala que, junto a otras (la huelga de los maestros y ferrocarrileros, la de los médicos en 1965, el halconazo del 10 de junio de 1971), ayudó a cavar la tumba de un sistema de gobierno intolerante, corrupto, autoritario. Allí yace desde el primero de julio pasado. Ojalá nunca más se necesite cavar otras para enterrar gobiernos de esa calaña.