Ámsterdam: entre la belleza y las hordas de turistas
i hay un distintivo que caracteriza a la capital de los Países Bajos es la cantidad de bicicletas que invaden el paisaje urbano, que aunque sólo cuenta con 800 mil habitantes registrados, recibe cerca de 17 millones de visitantes al año.
Casi medio millón de bicicletas circulan cada día por la ciudad. La infraestructura de cerca de 15 mil kilómetros de vías construidas convierten a este medio de transporte en un elemento inseparable de residentes y turistas que, por una cantidad cercana a los 250 pesos mexicanos, se puede alquilar por todo el día y sin necesidad de usar casco.
Bajo las más inclementes condiciones climatológicas el habitante o turista de Ámsterdam se mueve de un lugar a otro en bicicleta: recorrer la ciudad, hacer las compras, llevar a los niños a la escuela, llevar al bebé al médico o simplemente pasear al perro.
La vorágine turística ha generado un movimiento que ya se ha denominado turismofobia y que poco a poco gana adeptos que se han manifestado oficialmente para intentar que deje de hacerse promoción a la ciudad. Algunos de los habitantes que han decidido mudarse a la periferia califican de insoportable la vida en la capital.
Los paseos en barco, a través de los incontables canales que se integran armónicamente a las calles y puentes de la ciudad, es otro de los atractivos favoritos.
La tolerancia con respecto al consumo de cannabis han hecho famosas las cafeterías en donde se pueden adquirir diferentes tipos de pastelería o bebidas que contienen entre sus ingredientes la conocida planta. Una rebanada o un panqué pequeño oscila entre los cinco y siete euros y existen regulaciones específicas que un turista ha de seguir para no dejarse llevar por la curiosidad del momento y verse sorprendido por síntomas físicos indeseables que arruinen su visita.
El Barrio Rojo es la zona de tolerancia por excelencia y una vez que el sol cae un rápido recorrido se convierte en un reto por la cantidad de turistas que invaden las angostas zonas peatonales.
Resulta interesante recorrer los barrios de la ciudad donde reside el habitante oriundo de aquí, observar cómo las ventanas de las viviendas mantienen las cortinas abiertas de par en par. Es difícil resistirse a echar una mirada a la intimidad de quien habita aquel espacio. Da la impresión de que el amsterdanés no se siente incómodo de compartir a través de la mirada ajena parte de su entorno privado. Estos son sólo algunos de los aspectos que hacen de Ámsterdam contar con la fama de una de las capitales más tolerantes del mundo.
Alia Lira Hartmann, corresponsal