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De nuestras jornadas

Desastre y pobreza

S

i bien los desastres naturales golpean por igual a ricos y pobres, los que tienen que ver con crecidas de arroyos, desbordamientos de presas y, en general, con las precipitaciones pluviales extraordinarias, azotan de manera pronunciada a los más pobres, que son en casi todos los casos los que se asientan en las márgenes de cauces, ríos y otros cuerpos de agua.

Pero aun cuando resultaran tan afectados los pobres como los pudientes y fueran éstos los que más perdieran en términos bienes materiales, son aquéllos los que la tienen más difícil para reponer lo perdido que, incluso siendo poco en términos de inventario, puede ser todo lo que poseen.

Eso es visible en cada desgracia de este tipo, y el huracán Paulina, que el próximo mes cumplirá 21 años, es ejemplo de ello.

Los más pobres son los que se asientan en los lugares de mayor riesgo, y en ello tienen mucha responsabilidad las autoridades, sea por omisión –porque les permiten establecerse allí, pues no les preocupa su suerte en realidad– o por comisión, porque ellas mismas los instalan ahí por medio de los organismos públicos de administración de las tierras a cargo de los gobiernos municipales o estatales.

Por otra parte, sea por el cambio climático o por circunstancias que podrían considerarse normales, los desastres causados por lluvias son cada vez más frecuentes. Sólo en este mes han afectado poblaciones de los estados de Sinaloa, Sonora y Michoacán.

La noche de este martes, Acapulco estuvo a punto de sumarse a la lista del desastres, de haberse prolongado un poco la abundante precipitación que cayó sobre la ciudad, si bien el recuento de los daños indica que ésta no resultó indemne.

Pero tal parece que a estas alturas, sociedad y gobierno no han aprendido la lección.