l prohibicionismo, como se comprobó entre 1920 y 1933 en Estados Unidos (referido al alcohol), sólo engendró criminalidad y mafias que han controlado y controlan el mercado ilegal de productos, trátese de bebidas alcohólicas, de cigarrillos, de drogas hasta ahora ilícitas y de otro tipo de productos que también tienen demanda al margen de los mercados legales formalmente aceptados.
En la demanda está la clave del asunto. Como en todo negocio, a mayor demanda mayor oferta. Por la primera es que existe el mercado negro, y este se da incluso en el comercio de productos legales, a veces sólo porque un gobierno les sube los impuestos (por ejemplo en los cigarrillos que son legales en casi todo el mundo pero en unos lugares más baratos que en otros).
El problema con la demanda es que en cierta escala y en la economía subterránea produce una oferta que, tratándose de rubros prohibidos, se multiplica y provoca luchas por su monopolización, ya que se trata de atender una demanda ubicada en países ricos de productos de origen en países pobres (señaladamente la cocaína y la heroína). Un gran negocio, pese a sus riesgos para quienes participan en él y para quienes lo permiten ilegalmente (corrupción).
La principal demanda de drogas hasta ahora ilícitas se presenta en Estados Unidos, por lo que el contrabando de éstas se canaliza hacia allá, principalmente. Pero también a Europa. Si en estos países no se despenaliza el consumo de drogas ilícitas la oferta seguirá incluso en aumento. Pero aun despenalizándolas, el mercado negro seguirá existiendo si el precio de los productos no se estandariza. En Nueva York, para seguir con el ejemplo de los cigarrillos, hay contrabando de estados donde su impuesto es muy bajo, ya que en Estados Unidos cada entidad federativa tiene tasas fiscales locales diferenciadas. A nadie se le ocurriría llevar cigarrillos comprados en Nueva York o en Chicago a Missouri, por ejemplo. Tampoco mariguana producida en Colorado hacia México. Sería un contrasentido, no sólo por la diferencia de precios sino porque en nuestro país el ingreso promedio de la población es alrededor de 10 veces menor que el de los estadunidenses. Lo que se importa en México, por la vía del contrabando, son armas: no es casual que en la frontera de Estados Unidos haya miles de tiendas que venden armas de alto calibre que sólo compran los mexicanos con mucho dinero, por ejemplo los narcotraficantes. Éstos venden drogas y usan las armas para pelear las plazas de producción y venta, y, obviamente, para defenderse de militares y policías que tratan de acabar con ellos. Una suerte de círculo vicioso que le ha costado al país, a México, muchos miles de vidas y desapariciones, además de una inseguridad que no habíamos padecido hace 20 años o más.
Combatir al narcotráfico, como se ha hecho en México en los años recientes, es equivalente, guardando toda proporción, a matar al perro del vecino porque ladra, en lugar de pedirle que lo eduque, que se lo lleve a otro lado o que se cambie de casa. Lo que se ha hecho en nuestro país en relación con el narcotráfico ha sido, además de una política equivocada por sus consecuencias, un servicio a Estados Unidos que nada ha hecho para controlar la enorme demanda de sus drogadictos ni para evitar la venta de armamento en el mercado negro.
Leímos en La Jornada (25/9/18) que “el ex presidente Ernesto Zedillo reconoció abiertamente haberse equivocado en la política de ‘prohibición’, ‘represión’ y ‘criminalización’ de drogas ejecutada durante su gobierno (1994-2000), en lugar de haber optado por regular su consumo”. Está bien que se regule el consumo de ese tipo de drogas en México, pero insisto en que mientras no se haga algo equivalente en Estados Unidos el problema seguirá siendo parecido. El colombiano César Gaviria dijo más o menos lo mismo, agregando que la corrupción que ha propiciado la prohibición ha sido también parte del problema. Pero añadió algo que me parece lo más importante: “es necesario asumir una posición más radical, que es ‘presionar a Estados Unidos a que empiece a pensar en un cambio de política, porque nosotros no podemos seguir aportando decenas de miles de muertes sólo porque los estadunidenses no son capaces de dar ese paso’.”
No es cualquier cosa lo que le están endosando al próximo gobierno de López Obrador. ¿Presionar a Estados Unidos? ¿Cómo y con qué argumentos o recursos? Un gran reto. Pero, como dice el refrán, problema que no tiene solución, no es problema. ¿Será?