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La ruleta en acción
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sta continuación de la historia de la publicación de La buena compañía es la cara amable y, sobre todo, la más edificante de la que exploré en estas páginas hace algunos días (La Jornada, 26/8/18).

Así que empezaré por hacerme una autocrítica y reprobar lo alarmista que fui al señalar los descuidos que encontré en la primera edición, pues no son muchos ni tampoco son graves, y son tan reparables que ya los reparé, cuando en cambio no mencioné los señalamientos que en su momento hicieron mis editores al manuscrito que les entregué, que son más y que son mucho más valiosos y mucho más significativos que aquellas imperfecciones, y que, al final, son los responsables de que mi libro publicado resultara en la obra que es, limpia de cabeceos míos de contenido y de lengua, sólida, bien precisada como lo dejó el editor. Si no fuera así, Alberto Ruy-Sánchez no habría escrito la cuarta de forros que escribió para él, ni para registrarlo Sònia Hernández me habría hecho su profunda entrevista, La literatura es cada vez más toda mi vida y mi vida es cada vez más pura literatura (Letras Libres, edición España, abril, 2018), ni Alicia García Bergua se habría referido a él con el entusiasmo que expresó al presentarlo y comentarlo (Letras Libres, edición México, septiembre 2018), ni Pablo Baler (California State University, Los Ángeles) me habría escrito la carta que me escribió para comentármelo. Abusaré de la paciencia del lector y, a esta selección de respuestas escritas tan aprobatoria para mi libro, añadiré una de entrevistas, la nueva de Silvia Lemus (Tratos y Retratos, Canal 22), la de Virginia Krasniansky (Club de Lectores, Primavera de 2018), la de Beatriz Vidal de Alba y Angélica Fajardo C. (Lee+, Librerías Gandhi, marzo 2018), la de Alain Derbez (Radio Educación), la de Fernando Fernández (Imer).

Lo edificante de esta historia de la publicación de La buena compañía está en que he conocido más de cerca que con ninguno de mis libros anteriores lo difícil que es el trabajo editorial que todo libro requiere para su publicación o, en este caso, para una nueva edición. Y puedo asegurar que, si este quehacer enriquece la publicación, enriquece con un carácter más invaluable la experiencia en la vida del escritor. Aplicado para preparar una nueva edición de mi libro, en mí además inauguró la práctica de la correspondencia con el editor, tan intricada como puede ser, tan interesante como ha sido en la historia de la literatura, y tan necesaria como ahora sé que es.

Bien vista, constituye un género literario en sí mismo, en ocasiones tan delicado, tan cargado de emociones y conceptos encontrados que su publicación puede estar incluso sujeta al derecho del autor de permitirla en vida o sólo después de su muerte. Por formativo, es un tema imprescindible en la autobiografía del escritor. Quizás aun más de lo que puede serlo la correspondencia de un escritor con otro.

En cambio, la correspondencia del lector con el escritor, no infrecuente en Europa, tradicionalmente fluida, a veces desbordante, en Estados Unidos, es casi inexistente, que yo sepa, entre la mayoría de los escritores latinoamericanos y, por lo que hace a mí, una actividad de la que también me gustaría tener qué contar.

No sé si llamar correspondencia a los esporádicos comentarios que recibo en las redes electrónicas por parte de lectores desconocidos, pero los considero un tesoro, que imprimo y archivo. Y me ha complacido de forma especial ver cómo La buena compañía ha aumentado este novedoso tipo de comunicación, dato que no me parece inapropiado añadir a la historia de la publicación de este libro mío.

Aunque admito que me detengo sólo con impaciencia, incluiría algo más que, en el orden de la alta tecnología, le ha sucedido a La buena compañía, si no fuera porque todavía no es público.

La sorpresa que experimenté al conocer la noticia elevó a su máxima expresión mi confianza, sentimiento de muy bajo grado en mi existencia.