ás que trazar un panorama de conjunto de la evolución mundial en el decenio de la Gran Recesión –cuyo inicio se fija convencionalmente el 15 de septiembre de 2008, con la quiebra de Lehman Brothers– dedico estas notas a exponer algunos de sus saldos, aún provisionales, sobre tres asuntos que resumen ese panorama: los altibajos de la actividad económica; el empleo y los salarios, y la explosión de la desigualdad.
Al comienzo de 2018 se proclamó en forma casi unánime que la Gran Recesión y sus secuelas, eran, 10 años después, asunto del pasado. Lo señaló, antes que otros, el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Perspectivas de la economía mundial al día el 22 de enero, “unas 120 economías, que generan tres cuartas partes del PIB mundial, registraron un repunte... en términos interanuales, en 2017; …el aumento del crecimiento mundial más sincronizado desde 2010… el comercio internacional aumentó con fuerza... respaldado por un repunte en la inversión, sobre todo en las economías avanzadas…”
La revisión de verano del propio FMI fue menos alentadora: “(…) el ritmo de la expansión parece haber tocado máximos en algunas economías y el crecimiento… está menos sincronizado. Entre las economías avanzadas, se han abierto las divergencias del crecimiento entre Estados Unidos, por un lado, y Europa y Japón, por otro.
El crecimiento también es cada vez más desigual en las economías emergentes y en desarrollo por la influencia combinada del avance de los precios del petróleo, el aumento del rédito en Estados Unidos… el recrudecimiento de las tensiones comerciales y la incertidumbre en el ámbito político y en torno a las políticas económicas. (L)a producción industrial parece haberse debilitado…”
En el segundo trimestre, de 35 economías grandes, sólo cuatro –Austria, Hong Kong, México y Sudáfrica– tuvieron retroceso, aunque en 13 de ellas el crecimiento fue menor de 2 por ciento. En julio la producción industrial se contrajo en cuatro de los 35 –Argentina, Bélgica, Italia y Noruega– y en el conjunto de la Eurozona. Contrastan las cifras al alza de Estados Unidos: crecimiento anualizado de 4.2 por ciento en el trimestre y aumento de 4.2 por ciento de la industria en julio, The Economist (15/09/18).
Con todo, no se han modificado las previsiones de crecimiento global para el año en curso y el que sigue: 3.9 por ciento anual en cada uno. Oficialmente al menos, la expansión continúa su marcha.
En el décimo aniversario predomina otra narrativa. Su común denominador es reconocer las consecuencias más amplias –políticas, sociales e internacionales– de los giros de la actividad económica, la producción industrial o las finanzas. “La crisis económica y financiera de 2007–2012 se transformó, entre 2013 y 2017, en una extendida crisis geopolítica del orden mundial de la posguerra”, en palabras de Adam Tooze, historiador económico citado en The New Yorker (17/09/18). El saneamiento de los bancos fortaleció los precios de activos financieros poseídos por los más ricos.
Recuérdese que en 2009 y 2010 se desplegó, con la cobertura institucional del denominado G20, una operación sin precedente de políticas anticíclicas simultáneas y en buena medida coordinadas. Destacaron, por su magnitud y oportunidad, las medidas expansivas de Estados Unidos, China y la Eurozona. Sin embargo, la lección que encerraba este recurso decidido, oportuno y simultáneo a políticas expansivas fue prontamente desoída. Volvió a afirmarse la preferencia por la estabilidad muy por encima de la prioridad al crecimiento. La consolidación fiscal apareció como el primer mandamiento de la política económica.
La coincidencia de crecimiento generalizado y simultáneo en las principales economías que se observa en la actual coyuntura no se distingue de la que se experimentó en 2010, salvo porque su magnitud es mucho más modesta: tanto en Alemania, Canadá y Japón, entre los países avanzados, como en casi todo el mundo en desarrollo. El rebote o recuperación de 2010-11 no se sostuvo más adelante en el decenio. Ahora, sería deseable mayor constancia y consistencia en la aplicación de medidas favorables al crecimiento y al empleo, incluyendo las de expansión de demanda, mediante políticas de ingresos y salarios que fortalezcan el poder adquisitivo de los más amplios segmentos de la población, sobre todo en el mundo en desarrollo.
La mezcla de políticas requerida para un tránsito exitoso al tercer decenio del siglo debe combinar de manera virtuosa un paquete innovador de acciones más efectivas de estímulo económico con una política social renovada, que se oriente al bienestar social, definido con amplitud y visión generosa, y claramente apunte a reducir cada vez más la desigualdad: uno de los mayores obstáculos al mejoramiento de la economía y de los niveles de vida y bienestar.
Hay que evitar, además, que la ‘guerra comercial’, con su escalada de nuevos aranceles y alzas de represalia, concentrada en Estados Unidos y China, descarrile la frágil recuperación global.