De esta generación dependemos todos
ace cuatro años, también en septiembre, un movimien-to estudiantil protagonizado por alumnos del Instituto Politécnico Nacional (IPN) opacó durante los primeros días la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa. Hoy, tras, la masiva y sorprendente movilización que rechazó la violencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), casi nadie se ocupó de la violenta represión policiaca contra los estudiantes de la Escuela Normal Rural Mactumactzá, Chiapas, que dejó más de 20 heridos, de acuerdo con el reporte de los normalistas que exigen la liberación de su director y el fin de la persecución y la criminalización.
A ellos se les acusa de participar en una novatada
en la que en julio pasado falleció uno de sus compañeros. Los normalistas exigieron la autopsia a la fiscalía y les fue negada. Ellos, dicen, son los primeros interesados en que se llegue al fondo de la investigación, para que el estado de Chiapas deje usar ese pretexto para continuar con su intención de desaparecer a ésta y al resto de las escuelas normales que sobreviven.
Es un hecho que los jóvenes de este país, tanto en las ciudades como en el campo, viven bajo el yugo de la violencia, la de los porros, la de las autoridades que los solapan, la de la policía y el crimen organizado. Se trata de hombres y mujeres de entre 15 y 23 años de edad que ingresaron a una escuela pública (lo que se considera un privilegio en un país en el que la Máxima Casa de Estudios rechaza a más de 90 por ciento de los aspirantes), lo cual no les garantiza que no se violenten sus derechos, incluido el de manifestación y la libre expresión de sus ideas.
A esta generación la vimos en las calles hace exactamente un año, cuando tendieron sus manos y entregaron su energía durante los sismos de Oaxaca, Chiapas y Ciudad de México, donde demostraron de qué están hechos. Tres años antes se manifestaron por primera vez exigiendo la presentación de los normalistas de Ayotzinapa. Son los mismos que recibieron a Marichuy en la UNAM, y los y las que marcharon exigiendo el fin de los feminicidios en sus planteles.
No es retórico ni exagerado admitir que de esta generación dependemos todos.