Recuerdos // Empresarios LXXXV
ues sí toreó!
“Después de las dudas –con sobrada razón– de Chucho Solórzano y de Ruy de Cámara, vino mi salto de alegría. ¡Era el día de la corrida!, según sus propias palabras. Sorprendida y encantada al haber pasado tan rápidamente las horas, me vestí y salí al encuentro de Chucho y de Ruy.
“¿Lloverá? –pregunté, al ver que las nubes que se iban formando.
“A lo mejor –dijo Solórzano–, y si llueve, me informó el matador, ya no toreamos el primero y el segundo. En caso de agua, el rejoneador, los dos últimos: séptimo y octavo de la novillada.
“En el patio de cuadrillas me recibieron con curiosidad, y al hacer el paseíllo fui cariñosamente ovacionada. Les hizo gracia ver a una muchacha rubia a caballo. Tenía yo entonces 15 años.
“Cayeron unas gotas de agua y deliberaron que los toros de lidia ordinaria salieran delante. En vista de eso me retiré del ruedo para sentarme en un palco con mis tres acompañantes, como cualquier otro espectador.
“Recuerdo, con todos los detalles, las actuaciones de los novilleros que torearon aquella tarde. Era la primera novillada que veía en México y me interesaba enormemente la reacción del público. Vi que les encantaba el toreo con el capote y comprendí que sabía lo suficiente como para lidiar un toro de aquellos. ¡Al lado de los moruchos del tentadero eran unas maravillas!
“Entusiasmada con lo que estaba mirando, llamaba la atención, ora de mi maestro, ora de Solórzano, pero no hubo forma de interesarles en nada. Entraban y salían constantemente y no se sentaron un momento. Años después, en Biarritz, donde Chucho se encontraba jugando al polo, él y mi maestro recordaban sonrientes los momentos angustiosos que pasaron juntos esa tarde.
“Casi anochecía cuando fue arrastrado el séptimo toro –hubo una devolución– y llegó el momento de mi salida al ruedo. Sentí que me latía mucho el corazón, pero sobre todo unas ganas enormes de torear, de mostrar a los aficionados lo que había aprendido en las mañanitas de La Legua. ¡Sentía afición!”
***
“De las cosas más sabrosas que puede gozar un torero después de torear, es un baño.
“Y, mientras completaba mi toilette, ayudada por Asunción que había escogido el vestido y los zapatos con que debería aparecer en el saloncito del departamento, oía el teléfono que sonaba incesantemente y las voces de Ruy, Vallejo y Solórzano mezcladas con algunas que no conocía.
“‘¡Enhorabuena!’, fue el grito unánime con que me recibieron.
“Pero no corté orejas –contesté.
“No le hace –dijo Chucho–. Quedan para el domingo. Mira nada más lo que dice El Redondel:
“‘Conchita Cintrón triunfó toreando’, decía el gran encabezado, y la reseña seguía: ‘De Caltengo y bien puesto. No es un becerro, y de salida coge al Güero Merino en forma aparatosa y acepta después dos verónicas estupendas de Conchita, que arman la escandalera en el coso’.
“–¡Ah!, pero no había cortado orejas, los novillos tardaron en doblar.
“El domingo –declaró Ruy mirándome– tienes que confirmar definitivamente tu posición en el toreo, tienes que triunfar apoteósicamente y con un toro que merezca ese nombre’.
“Lo hemos pensado muy bien –interrumpió Chucho–, y el miércoles vamos a Tlaxcala para escoger el toro. Quiero que sea de Rancho Seco.
“Nuestro saloncito, en los días siguientes a mi presentación, se mostró muy frecuentado. Aparecieron nuevos amigos: el crítico taurino Don Dificultades, el doctor Ribero Amieba y una extraña persona, el señor De la Peza, de quien más tarde hablaré. El teléfono, instrumento que hasta entonces no había sonado, trabajaba y recibimos varias invitaciones, entre ellas una del marqués de Guadalupe, que deseaba mostrarnos algo sobre su gran afición: la charreada, y otra para asistir y tomar parte en un festival que daba el gobernador de Puebla, general Ávila Camacho, el día de su santo. También nos buscó don Carlos Cuevas para llevarnos a su casa, donde, entre los rosales de su jardín –en pleno centro de la ciudad– pastaban tres corridas de toros. El motivo de tan excéntrico potrero era que le acababan de quitar, por la ley agraria, sus fundos. Podría, si lo quisiera, haber alquilado los terrenos a los nuevos dueños –sus antiguos peones–, pero su orgullo se opuso a tales negocios.”
(Continuará)
(AAB)