Opinión
Ver día anteriorSábado 11 de agosto de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una voz distinta
¡P

obre mujer! Salió huyendo de Costa Rica, muy joven aún, porque, en sus palabras, ‘‘fui una niña muy triste y muy sola, no tuve el amor de mis padres”. Y no lo tuvo porque era diferente, en una época en la que ser diferente era aún más problemático que hoy. El resultado fue un caso típico de saltar de la sartén para caer al fuego: la joven mujer vino a dar a México, esta gran cloaca de los derechos humanos. Porque si en este mundo hay una sociedad machista, clasista, racista, excluyente y discriminadora, ésa es la nuestra, eso es lo que somos. Así que esta mujer, latina, lesbiana, alcohólica, rebelde y respondona, se vio obligada a crecer y sobrevivir en una sociedad que, como sus padres, tampoco le dio amor, precisamente por ser todo eso.

Dicho más claramente, fue un ser humano marginado una y otra y otra vez, por la sencilla y compleja razón de ser diferente, de asumir su diferencia, y de no hacer concesiones al respecto. Como ella misma dijo, ‘‘fui criada en tierra de hombres”, cosa que no le resultó nada fácil, considerando la clase de ideas anacrónicas y detestables que animan la estrecha visión de la mayoría de esos hombres.

La mujer, cantante de oficio y por vocación irreductible, vivió de amorío en amorío, de cantina en cantina, de fracaso en fracaso y, sobre todo, de canción en canción, hasta que finalmente obtuvo, si no todo, al menos una buena medida del reconocimiento que se ganó rudamente, a pulso. Tal es la historia de Isabel Vargas Lizano (1919-2012), contada de muy buena manera en el documental Chavela Vargas (Catherine Gund, Daresha Kyi, 2017) que se exhibe en la Cineteca Nacional y algunas salas comerciales. El filme se caracteriza por una gran sencillez formal, una ausencia total de artificio que da como resultado un discurso narrativo claro y, lo que es más importante, un retrato diáfano y comprensible de ese complejo y contradictorio personaje que fue Chavela Vargas. Con plena justificación, las cineastas destacan la especial relación que tuvo con las canciones de José Alfredo Jiménez. Se ha dicho, y con razón, que Chavela pareció haber nacido para cantar las canciones de Jiménez; hay aquí un asunto que trasciende la mera afinidad de gustos, ideas o sentimientos, y que se convierte en auténtica identidad, en el entendido de que las letras del compositor parecieran ser jirones de la atribulada biografía de Vargas. Sí, canciones de amor en contra de ellas, en contra de ellos, en contra de todo y de todos, particularmente contra ese mundo macho y misógino al que ella se refiere con rabia y amargura singulares, y plenamente justificadas.

En el documental, el perfil de Chavela Vargas es construido, sí, con su propia voz, sus palabras y canciones, pero también, de manera importante, con los testimonios de buen número de personas que no sólo fueron cercanas a ella, sino que la comprendieron, en el mejor sentido del término: Eugenia León, Tania Libertad, Jesusa y Marcela Rodríguez, Liliana Felipe, Patria Jiménez, Alicia Pérez Duarte, José Alfredo Jiménez Jr, Pedro Almodóvar, Miguel Bosé y Martirio. De las voces de todos ellos, combinadas con la de la cantante, surge en el filme un perfil sólido y multidimensional. En lo musical, aspecto representado en el documental con la sobriedad que caracterizó las presentaciones de Chavela, queda de manifiesto el hecho de que el suyo fue un estilo único, inconfundible e irrepetible. Este documental, ampliamente recomendable, permite al espectador quedarse con, entre otras cosas, una impresión importante: que en el ámbito contemporáneo de la música popular, habitado fundamentalmente por ‘‘cantantes” huecos, uniformes, plásticos, blanduchos y ajenos por entero a la convicción, Chavela Vargas destacó por cantar rabiosamente con las tripas, desde las tripas, para contarnos de su amarga vida, bañada en tequila y señalada por una agridulce combinación de libertad y soledad.