ermann Hesse escribió en la cuerda tirante y peligrosa del misterio entre el tiempo y el espacio que se percibe aterradoramente silencioso en el aire y que cuando prende lo hace con gran firmeza. Su poesía y prosa cazadores de espíritus adolescentes solitarios aguijoneados por sinuosas crisis subyacentes de identidad y ancianos que seguimos buscándola.
Un acentuado tinte melancólico atraviesa toda su obra, un ‘‘algo” difuso, móvil, huidizo, flotante que está en el aire, en la atmósfera de su vida y producción literaria cuya esencia va mas allá de la simplista descripción de un cuadro clínico de melancolía.
Personaje juvenil y movedizo, Hesse fue marcado por una severa educación protestante sufrida en silencio: rechazado y expulsado de colegios de Basilea, debido a su precocidad y rebeldía. Desde niño experimentaba severos dolores de cabeza enlazados a un insomnio persistente que lo acompañaron a lo largo de la vida. Dolor e insatisfacción articulados a un discurso corporal que, sin embargo, logró sortear y dar paso a la creatividad literaria.
Artista de talento poco común, intuición excepcional para el ritmo y la musicalidad, sus primeras Canciones románticas son la expresión de un solitario que contempla la naturaleza, medita y vuelve a contemplarla y releer con avidez inusitada aprovechando el primer trabajo en la famosa librería Heckenhauer. La poesía de Hesse emociona estéticamente y es la expresión de la importancia que le otorga a la conciencia ligada a lo inconsciente –conciencia sicológica– y las pulsiones por sobre una encorsetada cultura, que lo define y lo rigidiza y consigue sobrepasar. Cultura disociada; protestante por el padre e hindú por la madre marcan su carácter y lo conducen a ser rechazado por maestros, novias y amigos, tornándose un solitario.
Desesperado, viajó a India a seguir buscando ‘‘algo”. Regresa tres años después, más deprimido. El casamiento con una acaudalada socialité y el dinero recibido por los derechos de Peter Camenzind lo ayudaron a equilibrar su vida y escribir de tiempo completo. Trabajó en la obsesiva conducta de la responsabilidad y el trabajo que ocultaban el deprimido y sus noches de insomnio y constantes cefaleas.
Rechazado por el ejército alemán, su obra es perseguida por Hitler. Compulsión a la repetición en el ciclo que parece no tener salida. Esto contrasta con sus escritos producto de un talento fuera de lo común para la armonía, el ritmo y la musicalidad, lo mismo en la prosa que en la poesía.
Hesse, animado por el soplo de su melancolía, conecta con los lectores y el pasado que deseamos encubrir y olvidar. Prueba de lo anterior son sus famosas obras a las que volvemos los ya ancianos: Demian, El lobo estepario, Narciso y Goldmundo, Sidharta y la vuelta de Zaratustra. En esta última se percibe la influencia de Goethe y Nietzsche –¿y también Freud?– en el eterno retorno de lo reprimido, la irrefrenable promoción de la desventura, el convertir lo público en privado, lo mayoritario en selecto, lo vociferante en silencioso.