Fátima
evoción, martirio y rebeldía. Once mujeres en peregrinación al santuario de Fátima. Nueve largas jornadas y 400 kilómetros de recorrido desde el lugar de origen, la población de Vinhais, en el norte de Portugal, hasta el célebre lugar de culto, y un sinfín de anécdotas y peripecias en el camino hacen de Fátima (2017), el largometraje más reciente del lusitano Joao Canijo, una experiencia única en tanto híbrido de documental y ficción. Algunas de las protagonistas figuraban ya como actrices recurrentes en cintas anteriores del director, en Noche oscura (2004) o en Sangre de mi sangre (2011). En la preparación de Fátima todas conviven con mujeres lugareñas en la ruta por recorrer, descubren los imperativos de las reglas inamovibles del ritual: no cuestionar jamás la fe, no tomar atajos que vuelvan más corto el trayecto, no lamentarse en demasía por las llagas en los pies o por el cansancio extremo o, peor aun, por el desánimo, actitudes muy contrarias a una tradición que sólo admite el sacrificio como prueba máxima de la fe. Lo que sigue en el proyecto fílmico, y a lo que el director convida a las actrices, es a un ejercicio muy libre de la improvisación.
Y cada una de ellas deja aflorar así lo mejor de su temperamento, un tanto autoritario en el caso de Ana María (Rita Blanco), defensora de la tradición y el dogma; algo más que rebelde en Céu (Anabela Moreira), partidaria del libre albedrío y espíritu inconforme. Las rivalidades por el liderazgo inevitable, las pequeñas rencillas por envidias o por agravios reales o inventados, transforman lo que habría podido ser la crónica rutinaria de una peregrinación devota, en una larga asamblea itinerante de mujeres que exhiben, sin rubor y con deleite, todas las facetas del comportamiento humano, en ocasiones en una algarabía cacofónica donde resulta imposible discernir quién dice qué y por qué diablos lo dijo. Nada de eso importa. La cámara de Mário Castanheira y Anabela Moreira registran de manera muy ágil las mudanzas de ese caos, permitiéndose momentos de solaz recogimiento como la espléndida escena en que las ninfas devotas toman juntas un baño ignorando al parecer que alguien las observa. La duración del filme era originalmente de dos horas y media, hubo después una versión más larga, de tres horas 20 minutos (que ahora presenta el foro), y luego una miniserie de cinco horas, Fátima, caminos del alma. Moraleja: la larga duración de una cinta no siempre está reñida con el entretenimiento, del mismo modo que la devoción llega a veces a admitir una pequeña dosis de irreverencia.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional a las 11 y 17 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1