Caniba
roducida en parte por el Laboratorio Etnográfico Sensorial de Harvard y dirigida por el británico Lucien Castaign-Taylor y la suiza Véréna Paravel (quienes en 2012 realizaron el notable documental Leviathan filmado en el Atlántico Norte), la cinta francesa Caniba (2017) toma como punto de partida un hecho verídico particularmente macabro.
En 1981, en París, el estudiante japonés de literatura moderna Issei Sagawa cortejó sin éxito a una condiscípula holandesa, Renée Hartevelt. Frustrado por sus esfuerzos vanos decidió asesinarla para luego devorar parte de su cuerpo. La policía francesa lo declaró enfermo mental, y como tal irresponsable de sus actos, dejándolo en libertad al cabo de una breve estancia en un hospital siquiátrico.
Trasladado por sus familiares a Japón y recluido a su vez, por un tiempo, en otra institución para enfermos mentales, Sagawa se descubrió así libre de cargos judiciales en su país y sin posibilidad de ser ya perseguido en Francia, y hasta la fecha vive, a sus 69 años, en un estado limítrofe entre la lucidez y la demencia. Los realizadores de Caniba exploran con pormenores y explicitud gráfica este asombroso caso de un criminal impune.
La estrategia narrativa de la cinta es interesante. No sólo entrevistan los cineastas al hombre visiblemente enfermo que libra, con voz entrecortada y en tres idiomas, sus confidencias íntimas y la manera en que se ha labrado una suerte de celebridad explotando su propio caso a través de la novela gráfica y el cine pornográfico, sino que lo hacen aparecer a lado de Jun, su hermano, un hombre aparentemente sano, quien refiere la infancia compartida y los juegos captados en video casero, al tiempo que comenta con leve escándalo y sonrisa complaciente el manga que describe la faena caníbal de su hermano.
Esta atención al detalle escabroso del crimen, aunada a la utilización de acercamientos extremos a los rostros de los dos hermanos, colocan al espectador en una situación de encierro. No hay forma de eludir un horror que se impone en toda su complejidad. ¿Cómo entender el caso? Una infancia feliz, en un medio acaudalado, una formación católica, la sugerencia de algún trauma lejano, nada permite explicar del todo la fascinación del protagonista por la carne humana, su voluntad de asumir incluso el crimen para alcanzar su propósito, su ausencia real de arrepentimiento, también su desvarío controlado y la negra mitología instantánea que en torno a él se construye.
El trabajo de disección al que se libran los realizadores puede tener, en el terreno ético, aspectos cuestionables; lo que retiene el espectador, sin embargo, es la incursión minuciosa en una mente criminal que ha sabido capitalizar en su provecho toda la fascinación de un morbo colectivo. Ese lucro mercantil será, en definitiva, el horror final y a todas luces el menos castigado. Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional, a las 12:15 y 17:45 horas.